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13 noviembre 2022 (1): Pinchazo

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 13 nov 2022
  • 3 Min. de lectura

No sé por qué llaman a las tecnológicas "tecnológicas". Después de todo, cualquier transformación deliberada de la naturaleza en beneficio de los seres humanos, o de otros animales de elevada consciencia, requiere del desarrollo y dominio previos de cierta tecnología, entendida como la aplicación práctica del conocimiento. Así que con el uso y abuso del término lo que se patentiza es el intento de inculcar como verdad incontrovertible un cierto supremacismo del dato que, en los medios, las finanzas y la política monopoliza el paradigma de lo supuestamente sofisticado y futurista.

Nada más alejado de la verdad, como es evidente hoy, con un cambio climático que exige de la producción renovable de energía, con un COVID que ha mostrado cuán vulnerables somos ante los más simples polímeros autorreplicantes, lo que demanda un desarrollo biotecnológico que nos proteja de futuras pandemias, y con un agotamiento de las materias primas y de la capacidad de producción agrícola y pecuaria que impone una revolución alimentaria que sea capaz de proveer del necesario sustento a diez mil millones de humanos. Hasta la cohetería y los ingenios aerospaciales están mostrándose como imprescindibles ante la eventualidad de tener que encarar catastróficos eventos cósmicos.

Sea como fuere, parece que a aquellos engreídos gerifaltes, embutidos en jersey de cuello alto, de los "silicon valleys" que proliferaron tiempo ha como hongos tras las lluvias otoñales, les ha llegado su particular San Martín (onomástica casualmente celebrada anteayer). Google y LinkedIn hace ya algunas fechas que adelgazaron sensiblemente sus plantillas, Twitter, recién adquirida por el magnate Musk, va a despedir a la mitad de sus empleados y Meta, tras un soberano sopapo en las bolsas de valores, anuncia drásticos recortes de su personal.

Las razones de esta crisis de la información y las comunicaciones son variadas y complejas. Ceo que la primera es la saturación de la oferta y el cansancio de la demanda. La apuesta de las grandes corporaciones es, naturalmente, trasegar más y más bytes, pero ello exige la creación ininterrumpida de nuevos servicios con valor para el consumidor. Tarea nada fácil, porque está ya todo inventado: menos comer, casi todo lo demás puede hacerse vía telemática; y ese, creo, fue el reto que Zuckerberg aceptó cuando apostó por el Metaverso, en un intento de ofrecer una vida virtual paralela a la tangible. A día de hoy, parece que el servicio está muy lejos de proporcionar lo que prometía y los consumidores han reaccionado muy fríamente a la propuesta de jugar a las casitas con muñecacos sin piernas. Para complicar más las cosas, a la sobreoferta la acompaña el rampante incremento de la complejidad de uso y del tiempo de dedicación que la apertura de nuevos mercados exigirían. Hay ya muchas personas que permanecen conectadas lapsos tan prolongados como los dedicados a la jornada laboral y el sueño; así que ir más allá se antoja inviable, aun entre los más alienados por los dispositivos móviles.

Otra causa no menos relevante del parón "tecnológico" es la imposibilidad práctica de elevar a un nivel cualitativo superior la circulación de los datos. En un artículo reciente ya comentaba que la globalización del 5G, y no digamos la del 6G, son inasumibles desde el punto de vista de la energía requerida y el ya cada vez más apremiante control de las emisiones de los gases de efecto invernadero.

Dicho todo esto, creo que la burbuja no puede hincharse más, y que a la inflación le sucederá el desinfle, el pinchazo preventivo o el reventón catastrófico.

 
 
 

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