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13 marzo 2022 (1): ¿Opulencia o escasez?

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 13 mar 2022
  • 3 Min. de lectura

Hasta hace bien poco estábamos instalados en la opulencia, o por lo menos eso se decía cuando se nos acusaba de que vivíamos por encima de nuestras posibilidades. Éramos unos derrochadores que no hacíamos previsiones para el futuro y unos consumistas compulsivos que comprábamos sin mesura ni criterio. Y en eso llegó la pandemia, y los supermercados se quedaron sin papel higiénico y sin harina; preocupados como estábamos de no poder garantizar la mínima profilaxis requerida y habiendo tomado a la repostería como el clavo ardiendo al que agarrarnos para no morirnos de aburrimiento.

Pero ahí no acabaron las desgracias, según los contagios fueron aflojando y se fue recobrando el pulso económico, resulta que la sobredemanda inesperada generó una crisis de aprovisionamiento en el mercado de los microchips que implicó la ralentización de las ventas de automóviles y de otros bienes de alto precio, al no poder incorporar la creciente electrónica que ahora requieren. Ese colapso en la logística de lo tecnológico nos alertó de que, para funcionar toda la parafernalia de trastos y dispositivos a los que nos hemos acostumbrado, se precisa de unos metales de transición (entre ellos los lantánidos, más comúnmente denominados tierras raras) que son escasos y, lo que es peor, una gran proporción de las reservas mundiales de estos materiales de propiedades magnéticas exóticas se esconden en yacimientos chinos o en lo más profundo de los países más pobres y corruptos de África. Más aún, en cualquier caso y sean cuales fueren los proveedores, las menas minerales que alimentan esa escalada desaforada de la denominada "internet de las cosas" tienen los días contados y el reciclaje de los mencionados metales es extremadamente difícil, dadas las pequeñas proporciones en las que se emplean.

No acabábamos de sobreponernos al dichoso COVID cuando llamó a nuestras puertas europeas la peor de las desgracias: la guerra; y, con ella, un nuevo capítulo en los desabastecimientos. Nos hemos enterado ahora de que Ucrania era el granero de Europa (¿alguien me puede decir qué diantres producimos nosotros?), con lo que el pan y el aceite de girasol (que el acopio desmesurado está volviendo escaso) subirán a niveles estratosféricos. Por otra parte, nada que no venga ocurriendo con los combustibles y la luz, ya que los carroñeros del gas, la gasolina y la electricidad han aprovechado el Pisuerga del conflicto bélico para justificar otra vuelta de tuerca a sus disparatados precios. En fin, que la pobreza energética va a ser condición ampliamente compartida, y quien discrepe que se atreva a afirmar que sigue cogiendo el coche o encendiendo la calefacción con la misma alegría que hace unos años. Así que es un sarcasmo que el señor Borrell nos pida que cerremos la llave del gas “ruso”; que no se preocupe el anciano con ínfulas de autócrata, que la calefacción a todo tren puede que sea una libre opción para acomodados como él, pero no para el europeo medio.

Tan escasos andamos de casi todo que los espacios publicitarios de las televisiones los copan las plataformas dedicadas a las ventas de artículos de segunda mano e, incluso, las dedicadas a la compartición de las viviendas (y ello por no hablar de un sonrojante Matt Damon animándonos a ser imprudentes y salvarnos de la quiebra invirtiendo, digo apostando, en criptomonedas).

Recuerdo ahora a mi padre, cuando evocaba los tiempos del racionamiento y las penurias de la postguerra y yo lo escuchaba convencido de que eran cosas del pasado de imposible reedición. Y mira por dónde todo vuelve, es cierto que con distintas etiquetas y hasta con muy diferente valoración social. Ahora comprarse una prenda usada no es de pobres, sino de concienciados contra el consumismo y entusiastas del reciclaje; por el mismo arte de birlibirloque compartir una vivienda no es sinónimo de insolvencia e incapacidad para materializar un proyecto de vida propia, sino un ejemplo de convivencia y una oportunidad de hacer imperecederas amistades.

 
 
 

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1 comentario


Luis Fernandez Ovalle
14 mar 2022

ya sabes el lema del WEF, no tendrás nada y serás feliz; lo primero ya casi, en lo segundo están en ello con el lavado de cerebro al que aludes, ecosostenibilidad o dicho de otra manera, los recursos del planeta solo para los ricos

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