13 junio 2021 (2): Obras son amores
- Javier Garcia

- 13 jun 2021
- 2 Min. de lectura
Estoy de obras. Bueno, para ser más exactos, en sus prolegómenos. Mi mujer, con muy buen criterio por su menor servidumbre, ha decidido decantarse por lo minimalista; así que estamos exhaustos de tanto revolver armarios y cajones, poner orden entre el caos y proceder al diezmado de nuestras posesiones.
Resulta que uno descubre que aún guarda ropa tres tallas por debajo de la que viste, adornos de dudoso gusto hoy día, conexiones electrónicas, cables y transformadores huérfanos de los equipos a los que servían, juguetes descacharrados... cuando no absolutamente incorrectos, pequeños electrodomésticos que se adquirieron al calor de alguna de esas proposiciones de una vida más sana que nos hacemos a nosotros mismos, pero que solo sirven el breve lapso que discurre entre el entusiasmo y la capitulación, varias generaciones de cámaras fotográficas, ese sinfín de sábanas, manteles, vajillas, cristalerías y cuberterías que tan relevante era a los bienintencionados ojos de nuestras madres y aquellas colecciones de sellos, monedas, fósiles y minerales que, aparte de no valer nada, ocupan espacio y lastran las baldas hasta combarlas. Culminan el inventario de lo prescindible algunos de los cuadros que, ¡oh, sorpresa!, eran malísimos y, además, acumulan ingentes cantidades de polvo.
Pues todo eso y alguna cosa más ha pasado por nuestro rápido e inclemente juicio. Después, claro, viene la tan enojosa tarea de ejercer de mozo de cuerda, transportista y gestor de residuos, para acabar con la también ingrata de cubrir cuidadosamente todos los muebles que deberán convivir con el desaguisado. Afortunadamente, vamos a dejar todo lo demás en manos expertas y nosotros tomamos las de Villadiego hasta que acaben. Pese a librarnos de convivir con nuestro hogar absolutamente arrasado, no será pequeña la que nos espera al regreso: balance de destrozos indeseados, limpieza general, reubicación del mobiliario y las cortinas...
No extraña, pues, que las mudanzas y las rehabilitaciones que afectan a la vivienda estén consideradas la segunda causa de estrés tras el deceso de algún ser querido. En fin, que las obras, por lo menos las de esta clase, no son amores sino odiosas. Con todo, tienen sus facetas positivas; la de la renovación, porque muchas veces la interior necesita del empujoncito proporcionado por la periférica, la del redescubrimiento y rehabilitación de objetos e instantes maravillosos que vivimos y que estaban tan arrumbados como los trastos más prescindibles, la relacionada con el placer de constatar que las cosas caducan aún antes que nosotros mismos y la de estrenar los espacios remozados que, previsiblemente, no requerirán de retoques por un prolongado lapso.
En fin que, pese a mis quejas y aspavientos, ojalá que vivamos el tiempo suficiente como para necesitar de otro zafarrancho de parecido calibre...

Comentarios