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13 febrero 2022 (1): Autocomplacencia

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 13 feb 2022
  • 4 Min. de lectura

Tal vez por apuntarnos a la Contrarreforma, los países de raigambre católica sufrimos de un secular retraso y perdimos el tren de la revolución industrial que tuvo su punto de partida en el Reino Unido, de la mano de la máquina de vapor, allá por el siglo XVIII. Para fortuna de Cataluña y el País Vasco, pudimos tomar un segundo vehículo a la modernidad durante el XIX gracias a la mecanización de la hilatura en su caso, y a las minas de hierro en el nuestro. Ese despertar económico temprano nos otorgó una ventaja duradera y una fuerte inercia desarrollista frente a la mayoría de las regiones españolas donde, en alguna medida, siguió rigiendo el Antiguo Régimen y su economía agrícola latifundista.

De sobra está decir que aún disfrutamos de aquella afortunada concurrencia de circunstancias, pero en la Física real no existen los móviles perpetuos, a todo movimiento se oponen fuerzas de rozamiento de modo que, si no se proporcionan nuevos impulsos, la fricción termina por detener cualquier objeto o tendencia, por masivos o veloces que sean. Así viene ocurriendo en nuestra querida tierra desde hace algunas décadas. Desafortunadamente, el carácter paulatino de ese insidioso mal de la decadencia y nuestra arrogancia nublan la capacidad de diagnóstico y paralizan la necesaria y urgente adopción de medidas.

Los síntomas empezaron hace mucho tiempo, cuando la oligarquía financiera y la gran banca se mudaron a Madrid. Aquella deserción vino acompañada por la reconversión de la industria pesada y, tras esta, una imparable descomposición del tejido manufacturero por el declive de las pequeñas y medianas empresas, otrora motores del progreso, pero ahora muy escasas de talla y carentes de músculo financiero. Muchas de ellas desaparecieron, y las más rentables fueron adquiridas por empresas globalizadas que desplazaron los centros de decisión fuera de nuestro territorio. La guinda del pastel del declinar industrial la han puesto las grandes corporaciones antes insignias del país que, pese a su constitución de origen público o a haber sido fuertemente subvencionadas por las instituciones, iniciaron el camino de la completa privatización primero, para ser vendidas después a grupos internacionales que, en la mayor parte de los casos y después de buenas palabras asegurando que todo seguiría igual, han terminado por trasladar la dirección corporativa, el desarrollo tecnológico, la innovación y el domicilio fiscal allende nuestras fronteras. Y lo peor es que esta huida parece no cesar y hasta es posible que la desbandada siga con las energéticas, algunas de relumbrón (y nunca mejor dicho).

Con todo, el éxodo más grave es el protagonizado por nuestros jóvenes altamente cualificados, los mejor formados de la historia y muy capaces de impulsar el progreso que tanto necesitamos (sí, pese a la falacia que agita la patronal acerca de la inadecuación de los perfiles profesionales a las necesidades empresariales). Seguro, queridos lectores, que conocéis, en vuestro entorno familiar o en el círculo de vuestras amistades, a veinteañeros o treintañeros, muy particularmente de los ámbitos sanitario, científico o tecnológico, que han debido emigrar a otras tierras donde sí se valoran sus títulos y conocimientos y pueden concebir un proyecto de existencia que aquí les niega la desproporción entre los pobres salarios percibidos y el elevado coste de la vida. Y es que buena parte de la culpa del deterioro del tejido productivo al que asistimos impávidos la tienen el desprecio por el conocimiento y la devaluación socioeconómica de los títulos, hasta el punto de que se ha avecindado fuertemente en nuestra cultura el peyorativo "titulitis", sin reparar en la evidencia de que enfrentarse a pruebas de resultados cuantificables y el consiguiente otorgamiento de la calificación acreditativa del nivel alcanzado son el único modo objetivo de valorar la capacidad. A esta indeseable deriva han contribuido numerosos empresarios, que solo entienden la competitividad desde la perspectiva del low cost salarial, y un progresismo estulto que confunde churras con merinas y ve en la valoración del saber una suerte de clasismo. En fin, que pregunten en países como Estados Unidos, Japón o Alemania cómo se incentiva y retiene a las mejores cabezas.

Ante esta palmaria regresión deberían tomar la iniciativa las instituciones y proceder a un completo replanteamiento de sus estrategias, que habrían de involucrar un mayor protagonismo de lo público, a la vista de la inacción del sector privado. Pero también en el ámbito político nos enfrentamos a una fuerte parálisis; el partido hegemónico gobierna Euskadi desde hace tanto tiempo (el mismo que se mantuvo el infausto caudillo en el machito), y tan confortablemente, que está muy poco estimulado para emprender importantes y arriesgadas reformas, máxime si un electorado narcotizado por la falacia de la buena gestión no las demanda. A esta ausencia de pulso político contribuye también, y en muy buena medida, una oposición pusilánime y conformista (da igual si hablamos de la izquierda, nacionalista y no nacionalista, que de la derecha unionista) que se halla cómoda disfrutando de la escasa cuota de poder otorgada por la política pactista y de geometría variable practicada por el partido dominante con el fin de asegurarse las mayorías necesarias para gobernar las diferentes instituciones. De modo y manera que tenemos a casi todos los grupos políticos formalmente implicados y responsabilizados de las decisiones legislativas y ejecutivas y, por tanto, descalificados para proponer un proyecto de país alternativo al vigente.

Solo tras el fiasco sufrido al comprobar las múltiples deficiencias de nuestro sistema de salud, ante el mayor desafío pandémico del último siglo, descubrimos que nos han estado desmantelando el estado del bienestar sin siquiera hacer ruido (¿o es que éramos sordos?). Espero que esta lamentable constatación del punto al que hemos llegado sirva para que nos concienciemos de lo grave de la situación actual y empecemos a demandar las radicales soluciones que se precisan.

 
 
 

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