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13 agosto 2023 (1): Repta la sierpe de verano

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 13 ago 2023
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 14 ago 2023

Leo en “El País” de 9 de agosto un artículo de Camino Mortera-Martínez abogando por solucionar los problemas de gobernabilidad de España mediante la tantas veces apelada coalición entre los dos grandes partidos de ámbito estatal. Argumenta esta periodista, que perdone la tal mi ignorancia, pero hasta la fecha totalmente desconocida para mí, que esa sería la fórmula para ser relevante en la Unión Europea.

El razonamiento falla desde la base puesto que, a día de hoy, y salvo en los casos de los regímenes autoritarios del este y del presidencialismo francés, donde se dictan los destinos de sus respectivas patrias desde posiciones monolíticas y sin recurrir a alianzas de ninguna clase, los demás ejecutivos de los países de mayor peso específico, relevancia, según la reportera, se sostienen sobre complejas mayorías parlamentarias ideológicamente próximas, al menos en cierta medida. Los “gobiernos de salvación”, o si preferís el eufemismo, de “concentración nacional”, ni están ni se los espera en un continente que no atraviesa emergencia alguna que los justifique; algo tendrá esa agua cuando no se la bendice.

Pero es que hay muchas otras razones para desechar semejante ocurrencia. La primera es de índole estrictamente democrática, y es que esa componenda es rechazada tajantemente por un electorado que, si algo ha mostrado en las urnas, es su fuerte polarización, su inmiscibilidad y un repudio visceral a los acuerdos entre opuestos ideológicos. La segunda tiene que ver con la viabilidad de España como estado en el largo plazo, porque la abrumadora mayoría parlamentaria de los coaligados reduciría a las fuerzas nacionalistas y las minorías ideológicas y regionalistas al papel de convidadas de piedra. Semejante rodillo legislativo y ejecutivo del “españolismo” más recalcitrante suscitaría una dura reacción de quienes apuestan por el carácter plurinacional del país que, en gran proporción, se pasarían a las filas secesionistas, en medio de una gran convulsión social que, más temprano que tarde, obligaría a cuestionar la integridad territorial y la forma de estado. La tercera razón, la más política, es que semejante sugerencia es la misma cosa que pedir que gobierne la lista más votada, lo que no es de recibo en el contexto de un sistema fundado en la hegemonía de las mayorías suficientes. Sería repugnante que, sin haber alcanzado el placet del voto popular, quien gobierne lo haga en sentido retrógrado: cesando en las políticas sociales y amortiguando o desnaturalizando los cambios en todo lo relativo a las libertades individuales, siguiendo, claro está, los dictados del poder económico, al que le urge sacarse algún as de la manga, porque el croupier ha repartido cartas sin fullerías y su mano no es precisamente de las mejores. Y acabo la lista de contraindicaciones del tratamiento de shock sugerido enfatizando que esta vieja idea ignora los notabilísimos cambios experimentados en el último medio siglo y pretende solucionar los problemas de hoy con la fórmula magistral que algunos propusieron cuando gobernaban nuestros abuelos, y ni aún entonces se optó por semejante píldora.

En cualquier caso, os anticipo que esta es solo la primera de las andanadas que, en cuanto pase este lacio puente de la Virgen, arreciarán al mismo ritmo que las negociaciones para los acuerdos parlamentarios se encuentren con serios obstáculos, que los hallarán y, sobre todo, si definitivamente encallan o zozobran. Preveo, igualmente, que a esta pluma la sucederán otras, mucho más ilustres, en la defensa de la ansiada bicefalia, y voy a dar un par de nombres: Felipe González que, aunque tildado de jarrón chino o bonsái de recortadas raíces, reclama el protagonismo de los viejos tiempos, al tiempo que se enrancia como el mal vino, y Juan Luis Cebrián, ex presidente del grupo PRISA y del diario “El País”, tan provecto como henchido de autoestima, convencido de que sus pronunciamientos hacen palidecer los de la sibila del oráculo de Delfos.

 
 
 

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