12 noviembre 2023 (2): Jauría

Veo con perplejidad y repugnancia la furibunda reacción de la caverna a la consecución del acuerdo para que una mayoría progresista gobierne España. Miles de exaltados han poblado plazas y calles de entre las más céntricas de las capitales para, envueltos en la bandera, y ejerciendo de dueños exclusivos del país, decidir unilateralmente que quienes no comulgan con sus trasnochados principios son unos traidores; y ya se sabe lo que la jurisdicción militar, bajo la que estos alborotadores juzgarían a la mayoría social, prevé de pena para los convictos de semejante delito en tiempo de guerra (lapso que para ellos aún no concluyó). Sus bisabuelos vencieron en aquel desigual e injusto conflicto, pero parece que a sus biznietos todavía les supura la herida; son, paradójicamente, los únicos revanchistas.

Tenemos un problema con el nunca fenecido franquismo, porque no se lo juzgó, y condenó, como un crimen terrible que se llevó por delante las vidas de cientos de miles de personas que lucharon por la legitimidad republicana y represalió a sus afligidas familias, que vivieron décadas sin poder reivindicar a sus muertos, señaladas como clanes delincuentes y, en muchas ocasiones, privadas de su modo de vida. Por el contrario, los descendientes de los insurrectos siguen beneficiándose de los privilegios que sus antecesores acopiaron, temen perderlos y están dispuestos a todo para preservarlos.

Tuve ocasión de ver las imágenes de las algaradas de Madrid en retransmisión directa, lo que confirmó mi impresión de que el poder profundo del estado sigue en las mismas manos desde hace casi noventa años porque, mientras los violentos destruían el mobiliario urbano y arrojaban todo tipo de objetos contundentes a las fuerzas de orden público, estas contemporizaban, limitándose a mantener a los manifestantes a una cierta distancia de la sede de Ferraz del PSOE, tal vez medrosas por conscientes de que tenían ante sí a sus verdaderos jefes. Para comprender lo que pretendo transmitir basta imaginar el mismo escenario, pero protagonizado por un colectivo de trabajadores desesperados porque han sido despedidos de sus empleos, y evocar cuál habría sido la actitud de esos mismos policías.

En fin, que la democracia está muy bien siempre que gobiernen los mismos, ellos, si las urnas otorgan la confianza a las fuerzas progresistas, el ejecutivo que sale de esos comicios es ilegítimo y, como afirma la presidenta madrileña, dictatorial. En esas estamos, y los violentos son solo la vanguardia de ese retrógrado movimiento. Tras su bravuconería vendrán los obstáculos judiciales, las operaciones encubiertas de las cloacas del estado, el desgañite de los medios propalando infundios, los empresarios con sus apuntes "técnicos" y la Iglesia recordando su doctrina, del todo incompatible con las modernidades y confirmando que nunca se excusó por haber llevado bajo palio al dictador. O sea, que no van a dar tregua a quienes parece que merecerán la confianza de una mayoría parlamentaria abrumadora; compuesta, según los poseedores de la única verdad, por perros (qué pena de peyorativo vinculado a seres tan nobles), pero ellos son los que integran la jauría.