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12 noviembre 2023 (1): El futuro del secesionismo

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 12 nov 2023
  • 5 Min. de lectura

Es un hecho que, desde hace alrededor de medio siglo, el mapa de Europa se ha ido acomplejando por la disolución de la antigua Yugoslavia, la descomposición de la Unión Soviética y la separación de Chequia y Eslovaquia. Al tiempo, otros movimientos independentistas, de carácter violento o democrático, han agitado el status quo de las viejas naciones-estado. Los hay, muy beligerantes y con amplios apoyos populares, entre los antiguos pueblos del Occidente continental; sin ir más lejos, en el Reino Unido (el referéndum de carácter decisorio sobre la independencia de Escocia marcó un hito, al hacer verosímil la partición del más grande imperio de la Edad Moderna), Francia, Italia y, por supuesto, España.

Esta es la evidencia de hoy, pero lo que este artículo pretende es hacer una modesta reflexión acerca del futuro de estas corrientes secesionistas en el medio y el largo plazo. Para ello me fijo en primer lugar en los que se pueden calificar de impulsos centrífugos, o sea, las circunstancias que impone el contexto histórico internacional y que favorecen el avance de los separatismos (ni este ni ninguno de sus sinónimos que aquí empleo tienen connotaciones peyorativas o laudatorias).

El neoliberalismo rampante es la mayor fuerza disgregadora de los viejos estados europeos. Y lo es porque sus principios han superado su original condición de alternativas ideológicas, entre las numerosas por las que se puede optar, para erigirse en supuestos postulados de validez universal. El individualismo se ha encumbrado como la única actitud racional, hasta el punto de que uno no espera de contraparte alguna que la mueva otro impulso diferente que el propio beneficio. Hemos normalizado el egoísmo, el egocentrismo y hasta la egolatría ("es la economía, idiota"), así que no es de sorprender que también en lo colectivo nos mostremos insolidarios con aquellos grupos étnicos o clases sociales de extracción distinta a la nuestra. No es casual que el independentismo florezca en el seno de las colectividades más ricas, que ven a las menos favorecidas como parasitarias del bienestar que ellas generan ("el estado nos roba" se ha convertido en un grito de guerra ampliamente compartido por los centrífugos).

También favorecen los movimientos disgregadores las actitudes racistas y supremacistas, siempre presentes en lo más profundo y primitivo de nuestros cerebros, y ahora reforzadas por la globalización, que genera inestabilidad y numerosas inseguridades, y el creciente contacto con el diferente, inevitablemente matizado por la desconfianza.

Es igualmente digno de mencionar que los "imperios", léase Estados Unidos, China y Rusia, ven con buenos ojos, y apoyan, disimulada o indisimuladamente, todos aquellos movimientos que dificulten la ansiada unidad europea. Porque, nuevamente recurriendo al pensamiento neoliberal, ahora ya no quedan amigos o aliados, solo competidores o enemigos.

Y termino la lista de las fuerzas de la dispersión mencionando la creciente desconfianza de la ciudadanía hacia una administración cada vez más alejada del contribuyente, despersonalizada y parapetada en la digitalización. Así que no es extraño que los electores esperen de los servidores públicos más cercanos físicamente que también lo estén en la atención a sus cuitas y gestiones.

Del punto cardinal opuesto el viento centrípeto que más fuerte sopla contra el independentismo es la globalización, y tiene muchos matices, aunque son los grandes movimientos migratorios los que mejor la definen. Y no solo desde el menesteroso Sur al opulento Norte, también entre los países de similares niveles de riqueza. El resultado es una sociedad mestiza que, como tal, es heterogénea en cultura, lengua, religión, valores... y hasta en gastronomía. En medio de ese totum revolutum, y como inevitable recurso para facilitar la comprensión entre los distintos y escapar de los estigmas que penden sobre unos y otros, la opción es acomodarse en el uso de las lenguas dominantes, dejando a un lado las minoritarias o minorizadas, adherirse a la que denomino civilización de la hamburguesa y dejar a un lado las peculiaridades étnicas y el folklore, vistos por los millenniams como cosas de los abueletes (por no repetir aquí algunos de los dolorosos sinónimos de "viejo" con los que nos obsequian). Están pues de capa caída el sentimiento patriótico y las antiguas tradiciones, aliados sempiternos del nacionalismo. Hasta en política pesa la tendencia globalizante, ya que una de las consideraciones que más disuade de emprender la aventura de la independencia es la certeza de perder comba en el concierto internacional; quiero decir que, pese a los inconvenientes de pertenencia al club bruselés, son pocos los valientes que asumen la salida de su territorio del marco común de la Unión Europea para enfrentarse a las terribles inseguridades socioeconómicas que inmediatamente se suscitarían.

Es evidente que si durante las últimas décadas han aparecido nuevos estados independientes en Europa es porque durante ese tiempo las tendencias centrífugas han arreciado, han sido más fuertes que el impulso centrípeto, pero, ¿eso seguirá siendo así en el futuro? Creo que hay razones para pensar que los vientos de la historia están rolando para empezar a soplar a favor del status quo de los mapas. Veréis, muchos de los economistas más reconocidos piensan que el neoliberalismo está dando muestras de agotamiento. Sus fracasos, medidos por el sufrimiento creciente de unas clases bajas cada vez más azotadas por los embates de una vida miserable, la constatación empírica de que las recetas de la desregulación no funcionan ni siquiera para sanear los indicadores macroeconómicos y la presión del cambio climático en favor de políticas menos economicistas y más basadas en la evidencia científica han llevado al último modelo de extrema concentración capitalista a una crisis sin precedentes; de modo que las soluciones que ahora se proponen son mayoritariamente de corte keynesiano, frente a las minoritarias, y peligrosas, de tinte descaradamente autárquico. La filosofía del egoísmo, tan en boga hasta hace muy poco, está siendo fuertemente cuestionada, y poner el énfasis en la responsabilidad individual, despreciando las circunstancias colectivas, ya no es el pensamiento preponderante, sobre todo porque algunos experimentos notables, como el "Brexit", han concluido con resultados contrarios a los que esperaban los partidarios del secesionismo: no era cierto que Europa le robaba al Reino Unido y la salida de este de la Unión Europea ha llevado a la "Pérfida Albión" a una crisis sin precedentes; además, no se ha detenido la inmigración ilegal.

Por el contrario, a la globalización no hay quien la pare. Un mundo tan estrechamente interconectado se hace muy pequeño, sea bajo el modelo insolidario de la libertad de movimiento restringida a los capitales y las mercancías, sea impelido por los problemas comunes de ámbito planetario, así que la globalización no solo no se detiene sino que acelera. Pese a los intentos de gripar el flujo de las personas, por nuestras calles ya transita una abigarrada muestra de genética varia, y son muchos los que con orígenes allende las fronteras tradicionales han nacido en la tierra de acogida; estos y sus descendientes o se sienten ciudadanos del mundo o, por frustración, "retornan" ideológicamente a la nación de sus ancestros, son poquísimos los que de extracción migrante abrazan el discurso étnico, nacional y cultural del país de destino. El mestizaje alcanza a los considerados autóctonos, también impelidos a llevar una existencia nómada en la difícil tarea de abrirse camino en la vida, de modo que entra en crisis su arraigo y crece su desafección para con una patria incapaz de proporcionarles un proyecto vital medianamente atractivo.

No es, pues, aventurado conjeturar que el tiempo de los separatismos se agota. Yo diría que aún les resta una última década para alcanzar sus objetivos finalistas; más allá de ese plazo quienes no hayan arribado a su particular "tierra prometida" vagarán indefinidamente por su desierto de declinantes peculiaridades, confundidos entre gentes que poco o nada sabrán de la historia y los orígenes étnicos y culturales de la nación que será su hogar.

 
 
 

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1 comentario


Luis Fernandez Ovalle
13 nov 2023

para crisis sin precedentes, la de Alemania; ya sabes de mi anglofilia, creo que hicieron muy bien pirándose de esa cloaca que es la Unión Europea

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