12 julio (2): Avatar futbolero
- Javier Garcia

- 12 jul 2020
- 3 Min. de lectura
Ya sabéis que hoy todo es de pega, digo de silicio: los hechos, alternativos; las noticias, murmuraciones amplificadas; el trabajo, "tele"; el ocio, de consola; el sexo, Tinder; el amor, Meetic; el ejercicio físico, realidad aumentada; las relaciones sociales, chats; salir de compras, en Amazon; nuestro patrimonio, bytes danzando entre remotos servidores; la salud, por cable; los virus... bueno, esos parecen ahora de verdad, pero hasta hace poco solo eran programas maliciosos; incluso delegamos nuestra identidad en un avatar.
Así las cosas, no nos debe sorprender que el dios fútbol, ese que antes olía a puro y se adoraba en hacinamiento consentido, mientras se libaba de la petaca un buen espirituoso, esté ahora tan cautivo del 4K como el genio de su lámpara. Y es que, pese a la necesaria proscripción de los eventos multitudinarios, el espectáculo debía continuar; ¡pues no se jugaban cuartos los mandamases de este negocio!
Claro que seguir con las competiciones sin espectadores representaba un reto de dimensiones colosales. Solo un absoluto ignorante de la liturgia balompédica podía despreciar el elevado protagonismo del público en esta versión postindustrial del "panem et circenses". Por eso, los amos del cotarro, que no son lelos, se dieron mucha prisa en buscarle una solución medianamente apañada a este problema. Esta ha consistido esencialmente en cubrir las gradas más cercanas al césped de señoras y señores virtuales y en aderezar la imagen con sonido ambiente "de lata".
Eso del ruido impostado no es nada nuevo. Según mi consulta, el invento se alumbró en los años treinta del siglo pasado, para sazonar con carcajadas un programa de radio de humor sin recurrir a la insegura espontaneidad de los espectadores. Lo que resulta novedoso en las actuales retransmisiones es el perfecto, o casi, ajuste en tiempo real entre gritos de ánimo, himnos (siempre los de los anfitriones, para remedar en lo posible el factor campo), pitos y aplausos, y los acontecimientos que se están produciendo en el verde. Para conseguir ese logrado efecto, barajo dos posibilidades: la gestión completamente automatizada del banco sonoro a cargo de un algoritmo o, y es mucho más probable por la escasa capacidad actual de la Idiotez Artificial (IA), conceder el control del mezclador de sonidos previamente grabados a un señor con bigote, enésimo en la línea dinástica de los Prats.
La cuestión que ahora queda abierta es si el negocio se resentirá o si, por el contrario, el experimento resulta exitoso y clubes, Liga Profesional y empresas de telecomunicaciones no solo salvan los muebles sino que, además, vislumbran una lucrativa vía hacia la completa "virtualización" del mayor espectáculo del mundo. Aquí y ahora me atrevo a sugerirles algunas ideas a ese respecto: decidir anticipadamente los resultados que proporcionen mayor emoción a la competición; proceder a un corta-pega de las más brillantes jugadas de archivo y, con ellas, simular partidos completos, repletos de calidad y suspense; suscitar deliberadamente escándalos arbitrales que den que hablar; proporcionar guiones explosivos para las entrevistas de las iletradas estrellas, y teatralizar una compra-venta incesante de jugadores, a poder ser, entre equipos máximos rivales.
El fin de esta historia está claro. Llegará el día en que la digitalización de la imagen alcance tal calidad que sea completamente indistinguible de la real. Los partidos serán películas y las competiciones series, en ambos casos con finales a la carta, según las preferencias de los aficionados (así podré darme el gustazo de que el Athletic vuelva a ganar Liga y Copa, y hasta de que se estrene como campeón de la Champions). ¡La de dinero que se van ahorrar en fichajes supermillonarios!

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