12 febrero 2023 (2): A la vejez veleidades

El partido de Santiago y cierra España está preparando una moción de censura contra el actual Gobierno. Nada nuevo cara al Sol, porque el mismo grupo parlamentario ya lo había intentado en una anterior ocasión con estrepitoso fracaso, y no solo por el más que previsto resultado aritmético, sino también por el escaso impacto mediático alcanzado. Pero son contumaces en sus posiciones y presentarán un nuevo órdago a la administración actual, en esta ocasión otorgándole la batuta de la orquesta de los intolerantes a un "independiente".

Pese a lo disparatado de la moción y lo harto improbable de su viabilidad, lo más surrealista de esta prometida astracanada es que, al decir de los mentideros madrileños mejor informados, el candidato "independiente" que las huestes de los tercios de Flandes barajan para su asalto a la Moncloa es Ramón Tamames. Reconozco que hay que tener unos cuantos años para saber quién es este sujeto. A los jóvenes que me leen les aclaro que se trata de una catedrático de economía de ochenta y nueve años que fuera ideólogo económico del Partido Comunista durante la Transición, fundador de Izquierda Unida y figura destacada de la progresía económica a lo largo de bastantes años.

Es patente, pues, que el interfecto ha efectuado un giro copernicano retrógrado en sus posiciones partidistas. No es, sin embargo, el único que ha recorrido esa bizarra odisea desde el marxismo a las más ultraconservadoras de las posiciones. No hay más que evocar el patético espectáculo que nos están ofreciendo quienes fueran los más destacados líderes de entre los que gobernaron el país durante los catorce años transcurridos entre el fin de la UCD y el advenimiento del Partido Popular. O, alternativamente, la similar transfiguración experimentada por algunos literatos y periodistas de relumbrón de bisutería que sostienen que votan mal quienes lo hacen en favor de candidaturas izquierdistas; por cierto, uno de ellos es, al parecer, el celestino mediador que ha acercado posiciones entre el anciano candidato con ínfulas de celebridad y el partido de la voz de los iracundos.

Constato que la singladura de sentido opuesto es asaz más exótica, ya que solo me viene a la cabeza la conversión a la progresía de Jorge Verstrynge. La razón de esta asimetría del viaje ideológico no está del todo clara, pero barrunto que debe tener que ver con el hecho incontestable de que el ideal conservador de la organización social, política y económica se parece mucho, demasiado, a la realidad del mundo actual. Es, pues, atractivo vincularse al bando vencedor y sentirse muy cerca de conquistar los últimos bastiones de resistencia de esas gentes envidiosas que, incapaces de competir y triunfar, no hacen sino confabularse para usurpar las posiciones que los meritorios han alcanzado por su propio esfuerzo. Por el contrario, el mundo igualitario y justo que defiende el bando colectivista se ve utópico, lejano, inaprensible, tan difícil de materializar que es humano bajar los brazos y resignarse a vivir la vida, sobre todo si, como a estos próceres, el sistema les tienta con unas más que confortables mamandurrias.

El problema de los conversos, o apóstatas, según el cristal con el que se los observe, es que la historia no suele ser muy clemente con sus obras y milagros. Pasan, la mayoría, a los anales de la infamia, ya se sabe que ni Roma pagaba a los traidores.