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11 septiembre 2022 (2): Isabel II

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 11 sept 2022
  • 3 Min. de lectura

La noticia de la semana es que ha fallecido la reina de Inglaterra, la soberana más longeva y veterana en el cargo. Apenas tres días después del deceso ya estamos saturados de ceremonias, manifestaciones de pésame y plañideros de todos los pelajes; y eso que aún nos quedan otras seis jornadas de afectadas lágrimas, funerales y exposición de los restos. Vamos, que los democráticos anglosajones están ganando por goleada a los totalitarios coreanos del norte en eso de llorar a sus queridos líderes. Como no podía ser de otra forma, los medios de comunicación no han tolerado quedarse atrás del pueblo llano a la hora de glorificar a la finada y están echando el resto glosando su figura y papel histórico desde casi todos los ángulos posibles. Pero no solo los reporteros británicos, también la inmensa mayoría de los periódicos, radios y televisiones de toda Europa han adoptado un tono unánimemente apologético a la hora de juzgar la vida y obra de la reina. Sorprende el aire de panegírico de la práctica totalidad de las reseñas, menudeando las que se despeñan por la simpleza del ditirambo.

Me quedo a cuadros ante tanto elogio, y me pregunto si mi discrepancia a este respecto no será el resultado del prejuicio negativo acerca de la monarquía que tengo avecindado en mi dura y republicana cabezota. "Por sus hechos los conoceréis", dice Mateo en su Evangelio; así que haciendo un esfuerzo por ser objetivo, permitidme realizar un repaso por la vida y milagros de Isabel. Empiezo por recordar lo obvio: que fue coronada y ha estado ahí, en el cargo de jefe de estado quiero decir, por ser hija de su padre. O sea, que no aportó para ello méritos especiales ni se sometió al veredicto popular de las urnas. Dicen también sus hagiógrafos que fue una gran patriota, pero lo cierto es que disfrutó del privilegio de no pagar impuestos hasta que no le quedó otra que apoquinar y que, cuando eso sucedió, se llevó algunas perrillas que guardaba en su calcetín de excursión por diversos paraísos fiscales. En lo que a la moralidad respecta, también parece que fue un tanto laxa, porque no le tembló el pulso cuando puso de su bolsillo unos milloncitos de nada para que la presunta víctima de los abusos sexuales, también presuntamente perpetrados por uno de sus hijos, cesara de comprometer el futuro del ya talludito y real retoño. Y termino con la barra de medir que los historiadores más tradicionales han usado para juzgar las grandezas o miserias de los reinados, esa que estima cuántos territorios ganó o perdió el soberano en el curso del tiempo que mantuvo sus posaderas sobre el trono. Y aquí, si nos atenemos a los hechos, hay que decir que Isabel II ha sido la monarca del increíble imperio menguante, ya que lo tomó cuando en sus dominios no se ponía el Sol y lo deja reducido a una isla.

Lo que sí ha hecho muy bien la finada ha sido proteger los intereses de su familia, perpetuando así su dinastía, que hoy parece gozar de la mejor salud en muchas décadas. Y lo ha conseguido, a mi parecer, por mantener, y hasta extremar, el culto por la pompa y por conservar una liturgia real grotesca, sí, pero imprescindible si uno quiere comunicar que es distinto al resto de los mortales.

La sucede el mocetón de su hijo Carlos (III, como el de la puerta de Alcalá) con setenta y tres brejes y muchos entorchados y medallas tan merecidos como su cargo. En el fondo él encarna el ideal de mi sueño más húmedo: empezar a trabajar, y de aquella manera, solo cuando no se vale para ninguna otra cosa.

 
 
 

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