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11 octubre (1): No le creo, es un mentiroso

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 11 oct 2020
  • 2 Min. de lectura

Esta semana se nos ha retransmitido, en vivo y en directo, la pasión y reaparición al tercer día del emperador del mundo. Como es su inveterada y nada espontánea costumbre, ha transformado su hospitalización en un espectáculo donde, igual que siempre, se ha excedido en sus bravuconadas y, de paso, emitido mensajes muy perniciosos para el adecuado control de la pandemia.

Dice él, y dicen sus voceros, que dio positivo en la prueba del coronavirus y que ha experimentado algunos de sus más leves síntomas. De la misma forma, se ha hecho pública la parafernalia de tratamientos a los que ha sido sometido; según los expertos, muchos de ellos experimentales y de eficacia todavía no contrastada. Su ingreso hospitalario y el arsenal farmacológico que se dice le han administrado desmienten la levedad de la infección, a la par que, en completa contradicción con lo anterior, solo ha pasado tres días internado en una clínica militar.

Con independencia de lo incongruente de todo lo hasta aquí relatado, no le creo. Según el Washington Post en su edición de 19 de enero, el Presidente decía catorce mentiras, exageraciones o declaraciones engañosas por día. Es una cifra apabullante de eructos falsarios. Tan abrumadora, que nadie prudente puede creerse absolutamente nada de lo que este señor vomite.

Constatados los hechos y supuesto el engaño, para qué demonios urdirían, él y sus adláteres de campaña, semejante esperpento. A mí se me ocurren varios argumentos para que se decidieran por interpretar este espectáculo dramático. En primer lugar, la empatía que suscita la enfermedad, aun cuando el paciente merezca poco crédito y, aún menos, conmiseración. En segundo término, con esta estratagema nuestro improvisado cómico de la lengua puede colar ese mensaje falazmente igualitario del que la desgracia es eficaz emisaria: a pesar de tratarse del presidente de la nación más poderosa del mundo, aun cuando su fortuna se cuente en miles de millones de dólares, ahí lo tenéis, penando encamado, lo mismo que vosotros, desheredados de los arrabales más inmundos; es de los vuestros. Y para concluir, está esa constatación de que el líder es fuerte, que se restablece en un santiamén y que, además, en el ejercicio del más acendrado patriotismo, retorna a su alta responsabilidad sin mediar convalecencia alguna.

De paso, y puede que no sea una razón menor, se excusará de un montón de actos y debates en los que pudiera ponerse de manifiesto su pobreza de ideas, su malísima educación o su nada envidiable condición física.

Pues eso, que estamos ante un "hecho alternativo" más. Ahora la cuestión es si el crédulo electorado norteamericano se tragará semejante bocado de necedad o, si por el contrario, reaccionará críticamente de una puñetera vez.

 
 
 

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