11 julio 2021 (1): ¿Dúctiles o maleables?
- Javier Garcia

- 11 jul 2021
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En metalurgia y, por extensión, en la ciencia de los materiales, se dice que algo es dúctil cuando puede estirarse, rebajando su diámetro, hasta relaciones de aspecto propias de alambres o hilos. La maleabilidad, por su parte, se define como la capacidad de aquellos metales que pueden extenderse hasta adquirir formas cuasi bidimensionales (placas o láminas). En esencia, ambas características apelan a las mismas propiedades básicas: facilidad para deformarse (baja resistencia mecánica) y elevada resiliencia ante la fractura.
Pero es que estos términos también han encontrado otros significados en el fértil sentido figurado. La Real Academia de la Lengua Española dice de la persona dúctil que es acomodadiza, de blanda condición o condescendiente; mientras que reserva el término maleable para aquel que es fácil de convencer o persuadir. Con independencia de los matices, casi todas estas acepciones de ambos adjetivos hacen referencia a la débil condición humana, que se pliega presta a las presiones de las tendencias y las imposiciones de los poderosos. Pese a esa carga semántica predominantemente negativa, la condición de "acomodadizo", propia de aquellos que se adaptan fácilmente, es un requisito indispensable para salir bien parados de los constantes cambios a los que la vertiginosa evolución de nuestra sociedad nos está sometiendo.
Creo, y supongo que estaréis de acuerdo conmigo, que la mayoría de nosotros y nuestros coetáneos somos dúctiles y maleables. Así que es fácil embaucarnos y someternos. La moda, las tendencias del consumo y las proclamas políticas y sociales nos moldean con la misma facilidad que las manos del alfarero la arcilla. Claro que quienes diseñan la moda de la futura temporada, los que conciben nuevos productos y servicios, los voceros que cuentan con púlpito y megáfono para hacerse oír y los poderosos detentadores de la capacidad para imponer compulsivamente sus designios tampoco están libres de la mácula de la pusilanimidad y de la tentación del seguidismo. Así que, los unos tras los otros, de tal modo amalgamados que vanguardia y retaguardia se confunden, vagamos circunscritos a un amplio círculo vicioso e infernal donde nadie sabe qué originó cuál cambio y, mucho menos, ante qué nos vamos a enfrentar en el futuro. Así que la predicción, más que obedecer a una ciencia determinista y reversible en el tiempo, es materia de la teoría del caos, de la termodinámica del no equilibrio y de la probabilística (lo que es muy mala noticia, porque las soluciones de las ecuaciones que describen los sistemas complejos y las estructuras disipativas no proporcionan, ni de lejos, la certidumbre y la precisión de las teorías más clásicas). En definitiva, hay que asumir que no sabemos adónde nos dirigimos, que en realidad no hay nadie que lidera, sabia o pérfidamente, esta nave desnortada que es la humanidad.
Menos mal que, como decía antes, somos altamente adaptativos y, volviendo a la metalurgia, aunque tal vez sea coser y cantar deformarnos hasta la extravagancia, lo que resulta prácticamente imposible es rompernos. Sobreviviremos.

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