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11 diciembre 2022 (1): Real quebradero de cabeza

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 11 dic 2022
  • 3 Min. de lectura

Mientras plebeyos y siervos de la gleba nos calentamos los sesos ideando nuevos hábitos de consumo que palíen los demoledores efectos de la inflación sobre nuestras precarias economías y volvemos a las mantas, ha tiempo desechadas, porque la calefacción es un privilegio que solo quienes cortaron el grifo del suministro de energía se pueden permitir, leo en la prensa que los orfebres y joyeros ingleses andan de cabeza agrandando la corona real británica para acomodarla al tamaño de la testa de Carlos III.

Terrible mi decepción al reparar en que ese objeto, supuestamente inmutable e imperecedero, símbolo del imperio y de gran valor arqueológico por su presumida antigüedad, se somete cada reinado a una exigente ITV con el solo propósito de que no baile sobre los parietales o venga a encajarse entre las orejas de quien personaliza la más alta institución del Reino Unido, arruinando su carismática imagen y degradándolo a la condición de bufón de la corte. Posibles catástrofes de este jaez son, al parecer, las que todavía animan a medio mundo a entonar el himno que suplica a Dios que salve a su lejano monarca de estos y otros terribles peligros y acechanzas, nueras indeseables e hijos descabezados inclusive, obviamente sin sostén para llevar con dignidad el tan preciado símbolo de realeza.

La revisión a la que en esta ocasión está siendo sometida la famosísima joya implica la incorporación de nuevas y valiosas gemas, por lo que barrunto que el arreglito les costará un pico a los abnegados contribuyentes británicos; perdón, súbditos de su Graciosa Majestad. Por cierto, que me pregunto cómo estos, sin duda excelsos artesanos del oro y las piedras preciosas, se las arreglan para aumentar o disminuir el perímetro de la mítica diadema manteniendo una exquisita circularidad. A mí me agrandaron un anillo con el mediocre resultado de que la pieza acabara en óvalo de irregular grosor. No quiero ni imaginarme las tribulaciones de los responsables de tan alta misión patriótica si el vástago real luciera dimensiones acromegálicas, propias de un campeón del concurso de cabezones de Kortezubi.

Entiendo ahora tanta demora a la hora de programar la ceremonia oficial de coronación, que no tendrá lugar sino en el todavía lejano mes de mayo de 2023. Y es que acabo de reparar en que también el célebre manto de armiño deberá pasar por la retoucherie, no vaya a ser que el flamante nuevo monarca aparezca por la Abadía de Westminster pareciendo un mosquetero o, peor, una miembro de las Spice Girls en costosísima y pesada minifalda.

¡Qué duro es ser rey, cuánto sacrificio por la patria! Primero un perverso ujier, sin duda vendido a la satrapía rusa, saboteó al orejón, estilográfica mediante, en el acto de la firma protocolaria que daba inicio a su reinado, y ahora el nuevo monarca tiene que experimentar el infortunio de suceder a su recogida madre y no a su predecesor, fan del enebro, pero más próximo en sus características antropométricas.

Pero no os preocupéis, los que seais enamorados de las pompas y el boato, que llegado el tan ansiado día de la coronación todo saldrá a pedir de boca, cientos de millones de personas de todo el mundo serán testigos directos del simpar acontecimiento y la corona, circular u oblonga, se mantendrá enhiesta sobre la real cabeza y el manto cubrirá discretamente la colección de chatarrilla cara que el ungido y copiosamente condecorado lucirá sin que preocupe la justeza de los méritos arrogados. Bajo el oropel, la insoportable banalidad del poder.

 
 
 

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1 comentario


Luis Fernandez Ovalle
11 dic 2022

Leía ayer que, además de la corona esa que le tienen que agrandar, el orejudo heredaba solo en inmuebles (castillos, palacios, cottages, residencias, y ruinas arqueológicas) la modesta cifra de, literalmente, 25b de £, la increíble cantidad de 30 mil millones de euracos

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