11 abril: Lo confieso
- Javier Garcia

- 10 may 2020
- 1 Min. de lectura
Entré en el Colegio de los Jesuitas de Bilbao con los “Veinticinco Años de Paz” (de los cementerios, añadiría yo). Así que regía el nacionalcatolicismo más descarnado. Teníamos misa y rosario todos los días y, claro, debíamos tomar todos los sacramentos.
Reciente mi Primera Comunión, nos confesaban... en los confesonarios, naturalmente.
Estos siniestros muebles de madera se ubicaban en las zonas más sombrías de la iglesia, aparentemente para salvaguardar la intimidad del pecador. Sin embargo, no era el caso, se nos obligaba a delatar nuestras faltas desde la parte frontal del que parecía catafalco, justo por donde el cura entraba franqueando una puertecilla de media altura.
No protegían nuestras identidades las celosías de los laterales, así que el confesor sabía más de nosotros que nuestros propios padres.
Creo que lo mucho que me incomodaba esa humillación estuvo en el origen de mi temprano distanciamiento de la religión (luego se soportaría sobre consideraciones más racionales).
En cualquier caso, y concluyendo, provengo de una cultura que amaba la discreción y aborrecía la exhibición pública de vicios y virtudes.
Ahora, sin embargo, estoy plenamente integrado en esto de las redes sociales, que no son sino confesionarios masivos donde todos oficiamos de contritos y absolvedores.
En este mismo “Diario de la Peste” me he desnudado como no lo hecho con vosotros en vivo y en directo y, permitidme que os diga, también vosotros con vuestras respuestas.
Lo maravilloso de todo esto es que, por las contestaciones que recibo, constato que cada lectura recrea la obra en sus más variadas interpretaciones. En eso radica el poder infinito de la literatura.

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