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11 abril 2021 (2): ¿Quién dijo descanso?

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 11 abr 2021
  • 6 Min. de lectura

Dicen que el descanso comienza cuando, conclusa la jornada laboral, nos derrumbamos sobre el asiento del conductor y arrancamos para volver a casa. Es lo que ocurre unas ocho mil veces en el curso de una vida laboral promedio, o sea, que suele suceder durante poco menos de la mitad del total de nuestra existencia. Podría parecer, por consiguiente, que los humanos contamos con largos periodos de asueto, pero para ser sincero son pocos los días en los que el ritual de la desconexión se celebra sin sobresaltos, de modo que, tras aparcar, muchas de esas tardes de supuesto ocio están trufadas de deberes de los niños, tareas de limpieza o cocina, compras inaplazables y fastidiosas reparaciones domésticas. En definitiva, que el dulce hogar es un auténtico campo minado por el que es difícil transitar sin que te explote algún inopinado contratiempo que altere el merecido descanso.

Supongo que, como a mí, no cesan de lloverte tareas que abominas como, por ejemplo, la frecuente sustitución de bombillas fundidas; las LEDs no duran lo que dicen y los nuevos espacios y las últimas corrientes de decoración demandan demasiados puntos luminosos de poca potencia. En un piso de tamaño modesto, pero modernamente equipado, se llega fácilmente a la increíble suma de más de medio centenar de focos de luz repartidos por los lugares más inaccesibles, todo por mor de la estética y la concepción más vanguardista, de modo que es poco probable que pase un par de semanas sin que haya que contabilizar alguna baja y no se requieran tus servicios de electricista de guardia. Para terminar de enfurecernos, los diseños en boga de las luminarias y los propios encajes de las bombillas resultan harto complicados y poco ergonómicos, así que deberemos recurrir a insólitas y retorcidas posturas mientras nos magullamos los dedos o convulsionamos tras una desagradable descarga.

¡Qué decir cuando se trata de colgar un nuevo cuadro! Aún no sé con seguridad si es la limitada potencia de mi taladro, la extrema y singular dureza de mis paredes o la blandura de las herramientas lo que hace de la perforación del agujero para el taco una tarea de titanes. Al final el plástico sobresale antiestéticamente de la pared y el desconchado ocasionado nos obliga a colgar precipitadamente el lienzo antes de que la “inspección interna” repare en el estropicio; voy a pasarme a los adhesivos.

La pauta a seguir es, desde luego, llamar a un profesional siempre que se pueda y, sobre todo, no hagas ni caso de los cantos de sirena de esos amigos enamorados del bricolage que te recomiendan entusiásticamente acometer tareas de mayor hondura. Yo sólo caí en ese lamentable error en una ocasión, cuando puse en práctica el consejo de montar por mi cuenta unas estanterías metálicas en el trastero. Cada esquina de aquellas malditas baldas contaba con tres escuadras, a fijar cada una de ellas con tres tornillos y sus correspondientes tuercas. Recuerdo aquel malhadado día de trabajo como uno de los peores de mi vida. Además, como recurrí a músculos que hasta entonces ni sabía que componían mi anatomía, y adopté posturas acuclilladas impropias de mi cultura occidental, experimenté durante casi una semana las más crueles agujetas que jamás haya conocido el universo mundo.

Confieso que soy bastante cocinillas, y que es en el guiso donde mejor me desenvuelvo. Lo que no es óbice para que, de vez en cuando, también en el ejercicio de las tareas más placenteras caiga en alguna de las numerosas celadas que el hogar nos tiene tendidas. ¿Te has fijado alguna vez en que nuestro puchero elegido, esa sartén que no se pega o el dichoso pasador chino siempre están al fondo del armario, bajo una pesada columna de otros recipientes? Como están embutidos los unos en los otros según variables diámetros, se nos presentan dos alternativas: o procedemos pacientemente a vaciar por completo la dichosa alacena (lo que con posterioridad nos obligará a reubicar de nuevo toda la calderería), o nos arriesgamos, levantando con una mano el pesado rascacielos mientras con la otra retiramos el recipiente deseado. Como la prisa es mala consejera, el camino más corto casi siempre resulta el peor y, o cancelamos la operación cuando oímos el chirriar de las superficies en fricción, o se nos desmorona ruidosamente el edificio mientras alguna de las piezas pasa, quebrada en múltiples partes, a la basura.

Tampoco transmiten confianza los dispositivos rotatorios: exprimidores, licuadoras, batidoras, etc. Diría que a la mayoría de ellos la diseñó el mismísimo Satán para suplicio de los mortales. Y digo esto porque, con el ánimo de que puedan emplearse en muy dispares tareas, responden a un concepto de montaje y desmontaje de accesorios nada obvio y enojoso en la mayoría de los casos, al tener que ajustar por presión elementos de plástico rígido, muchas veces mal medidos y peor acabados. ¡Ah! Y no confíes en que las instrucciones del producto te vayan a sacar del aprieto; su traducción (imagino que en todos los supuestos idiomas) está escrita en una lengua apócrifa e ininteligible, de modo que sólo contribuirá a aumentar tu irritación.

Si abandonas la cocina por la limpieza, te tendrás que emplear a fondo para pelear con la aspiradora. Los “ironman” son una variante descafeinada del deporte de pasar dicho instrumento de tortura por toda la casa. Terminarás con los riñones “al jerez” y los oídos como si acabaras de salir de la primera fila de un concierto de ACDC. Puedes, si lo deseas, seguir martirizando otras partes de tu anatomía colgando la ropa. Tendrás que apretar tu vientre contra el alfeizar de la ventana hasta extremos dolorosos para llegar al último cordel; consuélate si al menos mantienes el equilibrio y no te precipitas por volteo al fondo del patio.

Si ya has concluido todas esas tareas y estás arrellanado en el sofá con el propósito de, por fin, descansar, igual constatas por enésima vez que no es nada cómodo; bien porque el cuello debe mantener permanentemente la tensión para sostener enhiesta tu cabeza, huérfana de cualquier otro apoyo, bien porque debes elegir entre sentarte en el extremo exterior o que te cuelguen las piernas. Por no hablar de los malditos cojines, que siempre se deslizan hacia adelante o, sometidos a nuestro peso por tiempo prolongado, adoptan formas muy poco ergonómicas cuando no manifiestamente lesivas para el aparato músculo-esquelético.

Superadas esas dificultades e instalado ante el televisor, constatarás, como en tantas ocasiones anteriores, que no sirve de nada contar con muchos canales. Así, tu dedo vagabundeará inquieto por el mando a distancia pasando fugazmente de nauseabundos “realities” o tertulianos montaraces a películas “digitales” (las defino así por eso de que se interrumpen tan frecuente y prolongadamente para mensajes publicitarios que es imposible seguir el hilo argumental). Si has decidido contratar algún servicio a las plataformas por streaming tampoco te irá mucho mejor, los documentales se repiten más que el ajo, las películas recientes escasean y todos los hados se conjuran para que quedes enganchado a una maldita serie cuya primera temporada te agradó y las demás te sumen en el tedio más insoportable.

Hastiado de la oferta televisiva, igual optas por entrar en Internet mientras escuchas el desagradable tonillo de las teclas de los móviles de tus hijos, en inacabable interacción con la redes sociales. La información a la que accedes, no lo dudes, es sesgada y nada de fiar; los de los hechos alternativos han conseguido que nadie sepa lo que está ocurriendo realmente.

Claro que la tarde podría haber sido mucho peor. Si no sabes a lo que me estoy refiriendo imagina esas espantosas reuniones de tu comunidad de vecinos. En mi caso se hacen de pie y en el garaje (lo que en principio podría tenerse por muy buena noticia, ya que la incomodidad apremia a concluir presto), pero ni así evitamos las intervenciones dilatadas en demasía, la desconsideración para con el orden del día y los pugilatos entre quienes no hallan otro entorno donde ejercer su liderazgo. Seguro que, como yo, has descubierto con asombro cómo hay mucha gente que parece disfrutar en medio de los contenciosos con sus vecinos o entre la comunidad y las instituciones. Así que aprovechan estos infaustos días de asamblea para mostrar con orgullo mal contenido la última rogatoria o el inicio del procedimiento legal que nos llevará a litigar durante años para, tal vez, bajar en algunos decibelios los ruidos procedentes del bar de la esquina o ahorrar unos pocos euros por vecino y año en el mantenimiento del jardín compartido.

Como nos pueden propinar similares palizas en las reuniones de los padres de alumnos y de los clubes a los que pertenecemos, estos akelarres no son, ni mucho menos, todo lo extraordinarios que nos gustaría, menudeando más de lo conveniente y dándole terribles dentelladas al escaso tiempo libre de que disponemos.

Termina de arruinar el bien merecido descanso la infame burocracia. Es difícil que, en medio de una semana apacible, no nos importunen la renovación de algún carnet, la declaración de la renta, las gestiones bancarias o los pleitos.

Después de todo, ocho mil tardes de toda una vida laboral parecen escaso recurso para hacer frente a tanto compromiso público y familiar. Prefiero no sacar conclusiones en torno a cuál es el tiempo que verdaderamente destinamos al puro solaz, porque tampoco podemos esperar mucho de unas vacaciones fundamentalmente pensadas para dedicar a niños y personas mayores la atención que no hemos podido prestarles durante las interminables jornadas de trabajo.

Tras esta larga letanía de lamentos, lo que te aconsejo es que, a partir de ahora, cuando te dejes caer sobre tu asiento favorito sin más objetivo que adocenarte ante el televisor, aprecies ese excelso momento como se merece, y recuerdes que serán relativamente pocas las ocasiones en las que puedas abandonarte a la holgazanería y a tu mente no le inquiete ninguna preocupación.

 
 
 

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