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10 septiembre 2023 (1): Escaleras

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 10 sept 2023
  • 3 Min. de lectura

Mientras la mayoría sufre del síndrome postvacacional, yo continúo mi feliz matrimonio con el ocio indefinido, hasta que la muerte nos separe. Cuando el diablo no tiene nada que hacer con el rabo espanta a las moscas, así que, en medio de otras reflexiones intrascendentes, me han venido a la cabeza las escaleras.

Estos modestos elementos inmuebles han conseguido cuadrar el círculo, deshacer el nudo gordiano o, por lo menos, algo muy parecido: aunar verticalidad y horizontalidad en un mismo concepto. Y es que se sube con el pie y la antepierna manteniendo un increíble ángulo recto (los más puntillosos me dirán que es ligeramente agudo, pero aquí me acojo a la teoría del punto gordo, tan útil cuando la geometría se nos pone exquisita). Tras estas que pudieran considerarse digresiones sin venir a cuento, habréis reparado en que las escaleras son ubicuas en las ciencias matemáticas, hasta la estadística las ha consagrado con los histogramas y, también, en las económicas y sociales, repletas de pirámides, escaleras al cabo. Son tan robustas y fiables que es mejor no depositar nuestra confianza en su alternativa mecánica, el ascensor; muchas veces no funciona, como el social, que creo solo baja a los ingenuos que lo toman.

Volviendo a lo físico, tan maravilloso es este ingenio para combatir los más indeseables efectos de la gravedad que su concepción y uso se pierden en la noche de los tiempos y, lo que más podría sorprender, pero que es consecuencia del carácter convergente del proceso civilizador, fue descubierto y empleado por culturas que nunca estuvieron en contacto. Decir "empleado" es poco, porque los primeros grandes edificios de piedra o adobe no son sino escaleras. Y me estoy refiriendo a los zigurats y a las pirámides, mirad si no la más antigua de las egipcias, la del faraón Zoser, que es "escalonada", o las del Nuevo Mundo, que comparten concepto con la de Zoser, pero, además de las sucesivas terrazas, incorporan una o varias escaleras, de humanas dimensiones, con el propósito de que reyes y sacerdotes las ascendieran para, una vez en el ápex, trascender la mortal naturaleza y transfigurarse en semidioses (lo de lacerarse los genitales y extirpar latentes corazones lo dejamos para cuando hayamos comido y digerido debidamente).

De aquellos polvos estos lodos, así que tanto los grandes imperios de la antigüedad como los reinos constituidos bajo la égida del cristianismo siguieron otorgando a los humildes peldaños la condición de única vía a la alta morada de los dioses; todavía hoy, eso de subir escaleras proporciona un cierto aura de solemnidad a las ceremonias y liturgias de mayor tronío. Me diréis qué boda del famoseo no tiene uno de sus momentos más álgidos con los futuros cónyuges ascendiendo las escaleras del templo elegido, suavizados sus cantos con la alfombra de rigor. O qué tribuna de oradores o púlpito que se precie no exige de intervinientes y público contener la ansiedad mientras el que se supone elocuente disertante asciende premioso los peldaños que lo llevan, ¡oh milagro de las escaleras!, a una posición superior con relación a su auditorio, la mitad del éxito de su discurso u homilía.

Así que, en fin, las escaleras son maravillosas en sus cualidades profanas y taumatúrgicas, como se le reveló al patriarca Jacob en una visión mística donde los ángeles descendían a la tierra o ascendían al cielo sirviéndose de ellas. Pero cuidado, no todas las escaleras tienen propósitos obvios, podemos quedar atrapados en una de Penrose, por la que nunca se sabe si se sube o si se baja o, peor aún, en otra de las de Escher que, sometida a más de una fuente gravitatoria, cuestiona el arriba y el abajo.




 
 
 

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