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10 diciembre 2023 (2): Suspenso en el informe PISA

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 10 dic 2023
  • 3 Min. de lectura

Se acaba de publicar el último informe PISA para España y confirma lo que padres y educadores conocen desde hace mucho tiempo, que nuestros niños y adolescentes saben cada vez menos y que disminuyen dramáticamente sus habilidades en dos disciplinas claves: la lengua y las matemáticas.

Claro que siempre hay optimistas que ven la botella medio llena y afirman que nuestro retroceso es menos pronunciado que la media experimentada en los países pertenecientes a la OCDE. Este común desastre académico del mundo occidental obedece, en primer lugar, a la desigualdad galopante, la pobreza y la generación de gethos educativos.

Pero las razones socioeconómicas no son las únicas que están incidiendo en este pobre desempeño de nuestros discentes. No es menos grave la extrema digitalización de la vida ordinaria y la educación. Sabemos, y está constatado por datos empíricos, que sustituir la caligrafía por el teclado y el libro tradicional en soporte papel por presentaciones disponibles en el espacio de internet, para más inri no siempre de calidad contrastada, perjudican al desempeño de nuestros estudiantes. Y todo eso por no hablar de lo que distrae el ensimismamiento permanente en el que está inmersa la mayoría de niños y púberes, abducidos por los móviles hasta extremos muchas veces patológicos.

Tampoco ayuda a la mejor formación esa confusión entre igualdad de oportunidades e igualdad en las calificaciones. El aprobado general es lo más clasista que uno pueda imaginar, porque descalifica a los centros públicos y a sus egresados, aunque se conceda con mucha mayor frecuencia en los privados.

Otro tanto se puede decir de numerosas técnicas pedagógicas que, pese a estar probada su inconveniencia, siguen aplicándose. Voy a citar aquí unas cuantas: el desprecio por el papel de la memoria en la formación, con el "disco duro" vacío y sin "programas" que ejecutar poco hay por hacer; la moda de entender la educación como la vía para aprender a aprender, olvidándose de que nadie puede hacerse con un nuevo saber sin un mínimo de conocimientos previos para buscarlo; la sustitución de pruebas objetivas de conocimiento, los exámenes de toda la vida, por trabajos colectivos donde uno lo hace todo, cuando no el Chat GPT, y el resto del grupo se rasca los genitales; el mito del autoaprendizaje, por el que se pretende prescindir de la figura del "maestro", insensatez del todo anticientífica, ya que la transmisión de la experiencia de los mayores a las nuevas generaciones es uno de los mayores éxitos evolutivos y la razón por la que todavía estamos aquí, la falacia del aprendizaje sin esfuerzo y muchas otras recetas educativas más chamánicas que científicas...

A todos estos males que, creo, son mayormente compartidos con otros países desarrollados de nuestro entorno, hay que sumar, aunque hiera las pieles más sensibles, la falta de compromiso de nuestro sector educativo, que interesadamente ha abrazado sin crítica el disparate de la jornada lectiva intensiva y abierto las puertas de los centros durante el tiempo de recreo.

Y termino hablando de lo innombrable, vivo en una de las comunidades autónomas definidas como nacionalidades históricas por la ya roñosa Constitución, acaba de cumplir cuarenta y cinco años de vigencia sin que haya sido posible ninguna actualización significativa de su texto, y donde las respectivas lenguas vernáculas tienen carácter cooficial. En nuestro caso, y a día de hoy, se puede decir que prácticamente el 100 % de quienes cursan las enseñanzas básica y media lo hacen con el euskara como lengua vehicular en la mayoría de las asignaturas troncales. Teniendo en cuenta que el número de hogares euskaldunes no supera el 30 % del total, y eso siendo generosos en la definición, no queda otra que concluir que por lo menos un 70 % de los estudiantes se forman en un idioma que no es su lengua madre, a cargo de un profesorado que, por una demanda de perfiles lingüísticos imposible de satisfacer, no siempre domina los recursos lingüísticos suficientes como para transmitir adecuadamente los más difíciles conceptos. Dado que está abrumadoramente probada la conveniencia de formarse en la lengua materna (la propia UNESCO aboga, sí, por una educación multilingüe, pero sobre la base prioritaria de la lengua materna desde los primeros años de escolaridad) y pese a quien pese, es innegable que la inmersión en euskara de los castellanoparlantes perjudica a su formación (de paso también la de los euskaldunes, porque sufren igualmente las limitaciones comunicadoras del sector docente y, además, los retrasos ocasionados por la escasa comprensión de sus compañeros de aula). Claro que para todos estos problemas hay algunos que ya tienen la solución: más madera, o sea, la abolición de los modelos educativos lingüísticos diferenciados, de facto ya en desuso, y la convergencia en una única fórmula universal, euskaldun para todos.

 
 
 

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