10 abril: Horóscopo

Estamos en Semana Santa que, desde el Concilio de Nicea de 325 D.C., se celebra como la Pascua judía: el primer plenilunio tras el equinoccio de primavera.

Otras creencias también han santificado el fin del invierno. Es el caso de la “Tauroctonía” irania: el sacrificio del toro por el dios Mitra. La cito porque una interpretación plausible de este mito es que simboliza otro acontecimiento cósmico: la precesión de los equinoccios.

La precesión se debe al “bamboleo” de peonza del eje de rotación de la Tierra. ¿Que cómo se observa? Veamos: desde la perspectiva terrestre, el Sol, a lo largo del año va desplazándose de escenario cósmico, es decir, se “pasea” ante distintas constelaciones. De hecho, el Zodiaco que nos legaron los clásicos representa ese deambular anual de nuestra estrella (con un detalle a enmendar: que el Sol pasa no por doce, sino por trece constelaciones; los clásicos omitieron Ofiuco). Es el caso que, debido a la precesión, el Sol, como un reloj ligeramente impreciso, “retrasa” su paso por las distintas constelaciones. Lo hace con exasperante lentitud, el ciclo completo dura 25.776 años y, el cambio de constelación para cada mes, 2.160 años.

Y ahí viene lo del sacrificio del toro: cuando los clásicos crearon el Zodiaco, el Sol equinoccial acababa de abandonar Tauro para trasladarse a Aries. Han pasado más de 2.000 años desde entonces, ese Sol primaveral ya no se observa sobre Aries, sino sobre Piscis (aunque el Zodiaco de los astrólogos sigue en sus trece, por lo que ha perdido su carácter de guía astronómica para ubicar al Sol).

Hay otro ciclo cósmico relevante de periodo aún más largo: el cabeceo del eje de rotación de la Tierra, de 41.000 años (ahora su inclinación máxima está disminuyendo). El acoplamiento de la precesión y el cabeceo, cada 23.000 y 19.000 años, puede producir drásticas alteraciones climáticas.