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1 agosto 2021 (2): Vara

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 1 ago 2021
  • 3 Min. de lectura

Esta semana se ha celebrado la vigésima cuarta Conferencia de presidentes autonómicos, convocada por el presidente del Gobierno de España. Estas reuniones deberían, a mi parecer, ser determinantes para la mejor coordinación de actuaciones y el buen gobierno de un ente político que, como el español, concede amplio espacio de decisión a los dirigentes territoriales. En lugar de eso, estos encuentros se han convertido en una feria de las vanidades donde, dispénsenme las señoras presidentas por el micromachismo, los reunidos entienden la cita como una competición para ver quién la tiene más larga y, de paso, aprovechar la circunstancia para darse autobombo y concitar la atención de los medios de comunicación.

En esta ocasión la medalla de oro de esa contienda se la ha llevado por aclamación el presidente de la Junta de Extremadura, el señor Guillermo Fernández Vara, que ha sacado a pasear su segundo apellido con tanto éxito que ha concitado la atención de todos los focos mediáticos. Ha propuesto el iluminado (por las candilejas, no seáis malpensados) que superada la pandemia del COVID, la mascarilla debería ser obligatoria en todos los espacios públicos, tanto interiores como exteriores, en los subsiguientes inviernos... por toda la eternidad. Su argumento es irreprochable: salvar las quince mil vidas que se pierden anualmente como consecuencia de las complicaciones derivadas de la gripe estacional.

Me inclino ante semejante sensibilidad y consideración por el sufrimiento humano y me sumo entusiasta a su cruzada por la salud, señor Fernández, poniéndole el único pero de timorata. Porque, estimado presidentísimo, ya que nos hemos metido en harina de salvavidas, no nos podemos quedar ahí; en España mueren cada año, víctimas de enfermedades cardiovasculares, alrededor de cien mil personas por el vicio que algunas tienen de ingerir desmesuradas cantidades de insalubre grasaza. Cortemos ese nefando hábito efectuando un análisis de los niveles de colesterol a toda la población adulta, y castiguemos la gula con, por ejemplo, tipos de retención del IRPF crecientes, según las desviaciones de los máximos lipídicos admisibles (alternativamente, podría procederse a subir las cotizaciones a la SS). Pero hay más letales enemigos de la vida esperando nuestra decidida respuesta: alrededor de sesenta mil compatriotas fallecen cada ejercicio por culpa del tabaquismo, contra el que sugiero la más dura mano, es decir, la prohibición absoluta (bueno, igual se podría abrir el puño en el caso del consumo de carísimos habanos, después de todo son pocos los que pueden permitírselo). Lo mismo se puede decir del alcohol, otro matarife de entre treinta mil y cuarenta mil ciudadanos. Impongamos la ley seca o, siendo indulgentes, establezcamos unas cartillas de racionamiento para, una vez agotado el máximo aceptable (ínfimo, por supuesto), se recauden cuantiosos impuestos de los más irredentos bebedores . Y sigo, porque hay más; ahora les toca a los coches y hasta al trabajo, ya que los accidentes de tráfico y los laborales son responsables, entre ambos, de más de mil defunciones. Propongo que solo circulen las berlinas de los señores presidentes, que así llegarían antes a sus importantísimas reuniones y, en cuanto al trabajo... ya tal, no vaya a ser que los sindicatos se nos pongan farrucos y reclamen la semana de cuatro días.

En fin, señor Fdez. Vara, que aunque la inmensa mayoría de ciudadanos esté de acuerdo con usted en que no hay tarea ni objetivo más noble que salvar vidas humanas, la cuestión que con su desmesura se abre es si no es peor el remedio que la enfermedad; sin olvidar, claro que, como decía un grafiti que una vez leí en un inmundo váter de bar, "vivir mata".

 
 
 

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