1 agosto 2021 (1): ¿Sabéis lo que es un CAPTCHA?
- Javier Garcia

- 1 ago 2021
- 4 Min. de lectura
Como tanto mi mujer como yo estamos vacunados de COVID con las dos dosis reglamentarias y planeamos efectuar desplazamientos al extranjero en próximas fechas, decidimos hace unos días obtener el Certificado COVID digital UE. Ingenuos de nosotros, entramos en la página web que, a tal efecto, el portal euskadi.eus ha puesto a la disposición de los vascos, con el propósito de bajarnos el dichoso código QR (del inglés Quick Response code) que nos dé la posibilidad de desplazarnos libremente por la Unión Europea y franquear los controles de acceso a restaurantes y servicios públicos varios.
De inicio la empresa parecía pan comido, el sistema apenas demandaba el TIS (en la sopa de acrónimos de este artículo, Tarjeta Individual Sanitaria), el primer apellido y la fecha de nacimiento. Rellenamos todo eso en un santiamén y... nos dimos de bruces con el CAPTCHA. Que qué es el CAPTCHA, pues también viene del inglés Completely Automated Public Turing test to tell Computers and Humans Apart; vamos, una supuesta prueba de Turing para distinguir la respuesta humana de la cibernética. El caso es que en la pantalla aparecen una serie de letras, escritas a lo me cago en diez, que se han de replicar en el espacio disponible para ellas. Así lo hicimos, no sin cometer en la primera ocasión el error de darle al botón "recargar" en vez de a "siguiente" y, a partir de ese momento, se supone que debe recibirse una clave numérica en el móvil para que se incluya como paso final de la demanda. Aquí sufrimos el segundo tropezón: resulta que la tal clave unas veces se manda y otras no. Fieles a la ley de Murphy, fuimos ninguneados por el misterioso y discriminatorio sistema en primera instancia. Después de repetir todos los pasos (y ya llevábamos unas cuantas tentativas), nos llegó el ansiado mensaje y procedimos. La agria y seca respuesta fue que esperáramos... y esperamos, hasta el aburrimiento. Como toda la operación la desarrollamos sobre el sistema operativo iOS, culpamos a Tim Cook del fiasco y nos pasamos al ordenador. Vuelta a empezar desde el principio y... ¡albricias, en esta ocasión sí que obtuvimos el famoso cuadrado repleto de esos otros cuadraditos blancos y negros! Ya nos creíamos en el Edén de la telemática, cuando unos amigos nos advirtieron de que la captura fotográfica de la pantalla no valía porque los sistemas de lectura suelen fracasar ante la pérdida de calidad. Procedimos, pues, a enviar por correo electrónico los ficheros pdf con el propósito de almacenarlos en algún repositorio de los teléfonos celulares. Pues tampoco tuvimos suerte, porque cuando tratamos de abrir los taimados ficheros se nos indicó que, como algunos políticos y empresarios, estaban corrompidos. El fin de la película llegó con una cita de mi mujer en KZ Gunea (un servicio público presencial). Para nuestra sorpresa, admitieron que todo esto que he contado pasa muchas veces... y otras no, y que no saben por qué. Y he dicho que finalizamos pero no cómo: con el QR impreso en papel reciclado.
Como siempre ocurre cuando me enrollo, en realidad no pretendía hablar de esta deficiente herramienta que han puesto a la disposición de la ciudadanía para obtener el discutible salvoconducto sanitario, sino que solo tomaba esta infortunada experiencia como ejemplo de las muchas otras por las que administrados y clientes pasamos cotidianamente con la dichosa digitalización. Perdonad que ya sea reiterativo con mi sátira a esta sociedad del ordenador bobalicón, pero tras lo de este QR, no me he podido resistir. Al grano, seguro que sabéis, por haberlo experimentado en vuestras carnes, del suplicio de tener que solventar una anomalía en el funcionamiento de vuestro servicio de datos, de tratar de cancelar un contrato de seguros, de proceder a la declaración de hacienda o de reclamar a vuestro banco explicaciones suficientes sobre las comisiones leoninas que os demandan. En todos esos casos, la página web nunca dispone, entre su escueto menú, de ninguna opción que suponga la reclamación o la pérdida del cliente y, por supuesto, no existe ninguna otra alternativa (como sería la sencilla de habilitar un contacto mediante correo electrónico). Queda, pues, eso de llamar por teléfono, aguantar varias horas de horribles sintonías y el trasiego de tu caso entre diferentes interlocutores (que, astutamente, dicen su nombre apresuradamente y sin vocalizar con el vil propósito de que no te quedes con él).
En fin, que la famosa digitalización no se ha adoptado con el propósito de mejorar la experiencia del consumidor ni de permitir al ciudadano realizar todos los trámites administrativos fácilmente, sin personarse ni esperar largas colas. No, el único fin de la incorporación de todas estas herramientas tecnológicas (por cierto, altamente deficientes en muchísimos casos) es beneficiar a proveedores y gobiernos. ¿Que cómo se aprovechan de todo esto? Pues, en primer término, trasladando gran parte del trabajo que les corresponde a las víctimas de sus espantosas aplicaciones, con el consiguiente efecto positivo (para ellos) de reducir sus plantillas. Adicionalmente, dificultan en su favor el ejercicio de los legítimos derechos de administrados y clientes y se evitan aguantar los chaparrones de improperios que, en justicia, se tienen bien merecidos.

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