1 abril: Maquinistas
- Javier Garcia

- 5 may 2020
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La vida es intrínsecamente insegura; no podría ser de ninguna otra forma, ya que es hija de la selección natural, implacable e inquieta, que nunca ha permitido que los organismos nos adocenemos en un contexto de prolongada estabilidad.
Precisamente por eso, el bien más preciado de todo ser vivo es la seguridad, bien escaso donde lo haya.
Los humanos no somos la excepción sino el ejemplo más extremo de este ancestral horror ante el riesgo.
Durante varias décadas, tras la II Guerra Mundial, vivimos (o vivieron) en un cierto estado de euforia, ya que los cambios siempre iban en la dirección de mejorar las condiciones de vida... hasta que, ya en ausencia del enemigo ideológico, el sistema viró al más descarnado mercantilismo.
Nuestra seguridad se ha ido por el sumidero de la historia. Nuestros hijos no sueñan, ni remotamente, con tener un empleo para toda la vida, ni siquiera poder vivir un lustro en el mismo lugar.
A cambio, ya que nos había sustraído nuestra seguridad, el sistema alardeaba de la suya: se había llegado al fin de la historia.
Nos proponía un mundo donde solo nosotros seríamos responsables de nuestros éxitos y culpables de nuestra ruina, mientras que la máquina trituradora de existencias seguiría girando despiadada.
Pero hete aquí que llegó un microorganismo insignificante y, en solo unas pocas semanas, ha gripado el mecanismo de la eternidad. Sus maquinistas piden auxilio... ¡al estado!, largamente repudiado y reducido a la mínima expresión. Y, claro, el estado somos nosotros. Los maquinistas nos imploran que, con nuestro esfuerzo, echemos a andar las bielas que nos reducen a cifras en sus planes de gestión.

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