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8 junio 2025 (1): La maldita inercia política

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • hace 2 días
  • 2 Min. de lectura

Al inicio, solo al inicio y por muy breve tiempo, de la denominada transición democrática y, remontándonos más en el pasado, en tiempos de la Segunda República, quienes diseñaban las estrategias electorales y, después, ejercían la política que habían prometido en campaña, lo hacían con la pretensión de cambiar las cosas en el sentido de los intereses de sus votantes y sus convicciones ideológicas. Y ello pese a que eso significara una ruptura abrupta con la legislación previa.

Pero hace ya décadas que quienes deciden los movimientos partidistas no son los ideólogos de las distintas fuerzas en disputa, sino expertos en marketing cuyos principios son los del mercado libre, al que de ninguna manera van a traicionar. Así las cosas los cambios que se proponen y, sobre todo, los que se ejecutan, son de carácter cosmético y rara vez enfrentan las cuestiones de fondo.

Es por eso, porque el vendedor rara vez desea el enfrentamiento con la más mínima parte de su mercado potencial, que los partidos de izquierda son reticentes a meter mano a los temas más relevantes, pero polémicos, cuando alcanzan el poder; sería poner en cuestión el sistema cuando no son capaces de plantear otro alternativo. Es un hecho que la devaluación del trabajo, la pérdida de derechos laborales, la precariedad y la temporalidad son todas hijas de las reformas reaccionarias que materializó la administración del PP en los tiempos de Mariano Rajoy. Tal situación aconsejaba la derogación de todo ese cuerpo normativo indeseable, pero solo se modificaron algunos aspectos del mismo y no se han tocado los fundamentos más dañinos de esa maraña legislativa. Lo mismo se puede decir de la prevalencia del, digamos, estado profundo, que no obedece a quien está gobernando sino que trabaja para el viejo régimen que lo edificó y que, por tanto, demanda su derribo y la reconstrucción subsiguiente, en términos coherentes con el estado de cosas actual; tampoco se ha acometido y así le va a la actual coalición en el ejecutivo.

Para intentar compensar tanta inacción, el gobierno del presente ha procedido a sucesivas elevaciones del salario mínimo interprofesional y ahora pretende la reducción de la jornada laboral. Por supuesto que son medidas positivas, pero no sustituyen al esencial cambio que las circunstancias demandan: la revalorización salarial y el taponamiento de todos los agujeros legales que siguen permitiendo la contratación discrecional bajo condiciones arbitrarias (temporalidad y dedicación parcial a gusto del consumidor), solo beneficiosas para el empresario y, de la mano de tal herramienta, la posibilidad de seguir pagando mucho menos que el salario mínimo oficial o practicar el despido libre, aunque no se llame así.

Por cierto que, como toda normativa injusta, solo beneficia a los perversos, porque los empresarios que creen en la competitividad que proporcionan los empleados bien formados y comprometidos se encuentran con un mercado laboral escaso, se está produciendo una gran diáspora de los preparados, y muy poco estimulado, que encuentra en el absentismo escandaloso su válvula de escape.

El futuro es de los valientes o, si no, de los que tienen la sartén por el mango.

 
 
 

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