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7 diciembre 2025 (3): La corrección pacata también llega al fútbol

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • hace 4 días
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: hace 2 días

En el partido Athletic - Real Madrid, que se celebró el pasado miércoles y tuve el infortunio (por el resultado) de presenciar en vivo y en directo en el coqueto nuevo San Mamés, un jugador del Real Madrid, conocido por sus excesos ante las aficiones contrarias, hizo algunos gestos despectivos a la grada y esta le dedicó unos cánticos tachándolo de "tonto" y "subnormal".

Mi sorpresa llega cuando me entero, que, por este insignificante motivo, La Liga ha abierto expediente al Athletic Club, que sufrirá una sanción económica por el comportamiento de su hinchada.

Rimas más graves, de carácter racista y absolutamente rechazables, ya habían sido dedicadas a este futbolista en anteriores ocasiones y en otros campos; lo que hace poner en duda de dónde viene el problema: de quienes lo vituperan o de él mismo, que tanta animadversión suscita.

Pero, vamos, no quería hablar de la diferencia entre las graves ofensas y las bravatas sin maldad, lo que me llama la atención es que la patronal de la competición se empeñe en reprimir cualquier manifestación, más o menos espontánea, más o menos extemporánea, de los espectadores. Y lo dice alguien que lleva más de medio siglo de historia rojiblanca impactada en su retina y vibrada en sus tímpanos, de modo que recuerdo que, en otros tiempos en los que, por cierto, no había tantos graves disturbios vinculados al balompié como los hay ahora (pero que siempre suceden fuera del estadio, antes y después de los partidos), se escuchaban esta clase de gritos, acompañados de los correspondientes instrumentos de viento, sin que, no solo los órganos gestores de la competición, sino hasta los jugadores afectados dijeran ni mu. Entendían, entendíamos, que la chirigota y también el enfado del respetable formaban parte del espectáculo (en San Mamés, a veces, expresábamos nuestro malestar arrojando al campo las almohadillas); sobre todo teniendo en cuenta que mucha gente acudía, y acude, a los estadios para oxigenarse después de una semana laboral en la que han tenido que soportar el peso del trabajo alienante, las exigencias desmesuradas de los clientes y el ordeno y mando de los jefes.

Por supuesto que creo que los jugadores y los árbitros tienen derecho a la protección de su persona y su honor; pero, más allá de eso, considerar una ofensa grave que a un multimillonario venido arriba le llamen "tonto" o le abucheen en el contexto de la disputa deportiva no solo no se corresponde con la liviana gravedad de los abruptos proferidos sino que también pone en peligro el negocio futbolero, porque quienes llenan los estadios o ven los partidos por la tele de pago no están de ejercicios espirituales, sino que quieren pasarlo bien y liberar sus demonios. Además, y nuevamente nos damos de bruces con las contradicciones de esta sociedad de las apariencias, se pide toda esa corrección en el anfiteatro de los juegos al tiempo que en el ágora de los parlamentos y medios se profieren gravísimos insultos y calumnias por doquier, sin que sus autores sean siquiera llamados al orden.

 
 
 

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