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4 agosto 2024 (1): Las razones de la ultraderecha

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 4 ago 2024
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 3 nov 2024

Nada más alejado de mi intención que alinearme con las posiciones más reaccionarias, pero se hace preciso entender las razones del auge de las posiciones políticas más montaraces.

En primer lugar hay que reconocer y manifestar que la democracia liberal ha retrocedido en su prestigio en lo que va de siglo porque ha defraudado las esperanzas de amplias capas de la población que antes confiaban en ella. Se ha abaratado el trabajo y, por tanto, disminuido el nivel de vida de quienes viven de un sueldo.

A la devaluación del trabajo han contribuido de una manera notable la incorporación al mercado laboral de la mujer, no para duplicar los ingresos familiares sino para ganar lo mismo trabajando dos, y la importación de mano de obra de los países de economía más frágil. Si bien el primero de los cambios ha ayudado al menos a la independencia e igualdad de las mujeres, la migración ilegal consentida no ha tenido otro beneficiario que el gran capital, resultando perjudicados los trabajadores autóctonos, por razones obvias, y también los recién llegados, que son sometidos a una descarnada explotación, al tiempo que se les niega a sus hijos cualquier equiparación socioeconómica con sus coetáneos. Muchos sectores obreros ven con indignación que ni siquiera los partidos de izquierda de siempre les protegen frente a esta avalancha de empleados extranjeros que llegan sin más aspiración plausible que permanecer en los países receptores, porque los movimientos otrora emancipadores han sido atrapados por un discurso formalmente correcto, fundado en el respeto a los derechos humanos más elementales, pero que ignora los otros derechos pisoteados, los de los asalariados en la tierra de acogida de los recién llegados. Al tiempo que los partidos de izquierda abandonaban la lucha por las clases más bajas, tomaban las banderas de las minorías cuya agitación no cuesta dinero: los géneros intermedios, de antigua existencia o nueva creación, o las opciones sexuales alternativas, constituidas por los homosexuales, los denominados no binarios o los trans; en relación a estos últimos la primera ministra italiana Meloni se ha apuntado un tanto en los Juegos Olímpicos de París, con el affaire protagonizado por una de las boxeadoras trasalpinas y otra argelina XY (según su propia definición), ya que ha mostrado que, al menos en el deporte, no es posible satisfacer al tiempo los derechos de las mujeres y de los transexuales (adicionalmente, y en lo que respecta al curso debido de cualquier campeonato, creo que tiene razón aunque la argelina ya sea medalla, ya que en la competición lo que hay que garantizar es la igualdad de oportunidades). Este caso no es óbice para que esté muy bien preocuparse de las minorías con dificultades para integrarse con normalidad en el vaivén social, porque ancha los espacios de libertad, pero si solo se actúa ahí, así no se atienden los grandes problemas de la mayoría.

A esta política social vacía y económica defensora de los fuertes se suma la falsa "independencia" de las instituciones vigilantes de la banca y las finanzas que, en realidad, son sus grandes patronales, y solo miran por los intereses de quienes de verdad representan (ahora mismo llevamos varios años sufriendo la escalada de los tipos de interés mientras los prestamistas y depositarios no dan a sus clientes ni los buenos días).

Para terminar de hundir la ilusión de amplias capas de la población en que el sistema que nos rige sea capaz de mejorar el mundo en que vivimos, este ha reforzado su naturaleza militar contra las alternativas que el mundo moderno va generando. Proponen que, lejos de resolver los problemas de quienes sufren la pobreza, es necesario gastar los pocos recursos públicos disponibles en armamento y, a la vez, amenazan con enviar al frente a los jóvenes de las clases populares.

Este es, insisto, el caldo de cultivo en el que han crecido las posibilidades de la extrema derecha; en primer lugar porque, aunque sea de boquilla, su nacionalismo implica una cierta actitud crítica con las organizaciones internacionales que sostienen todo el tinglado tal como ahora está montado. También prometen parar el flujo humano desde el perímetro del supuesto bienestar (pese a que no creo que lo hicieran aun disponiendo de la oportunidad de detenerlo) y devuelven el debate socioeconómico a la centralidad, aunque dan pasos atrás en los derechos minoritarios, desde una trasnochada religiosidad.

La única receta que puede sacar a nuestro mundo de este bucle perverso es el retorno de una izquierda que centre su esfuerzo en la defensa de la clase obrera (donde deben incluirse a los trabajadores del intelecto), que la sigue habiendo y, cada vez, en mayor volumen, venga de donde venga y sin aspavientos de corrección vacía de firmes propósitos.

 
 
 

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