30 marzo 2025 (2): El miedo como arma
- Javier Garcia

- 30 mar
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Anda la Unión Europea desquiciada por su locura armamentista y ha aconsejado a sus ciudadanos que nos aprovisionemos de alimentos, medicinas y agua para hacer frente a 72 horas de escasez bélica.
Lo primero que me parece evidente es la inutilidad de tal medida, dado que no hay guerra que dure tan breve lapso; peor aún: lo que va a suscitar este llamamiento es una psicosis compradora de bienes de primera necesidad, que saturará los supermercados, generando escasez y, en segundo lugar, una debacle de otros sectores comerciales más prescindibles (ya estoy viendo arruinada la temporada primavera-verano de las tiendas de ropa).
Para lo único que sirve este alarmismo es para intentar justificar unos gastos desmedidos en armamento y, al tiempo, acallar el creciente malestar de los pueblos de este continente, que llevan ya muchos años perdiendo capacidad adquisitiva y calidad de vida; en definitiva, se pretende domeñarnos por el miedo.
¿Y por qué hay que gastar en armas lo que no tenemos? Muy sencillo: porque a los grandes inversores se les han agotado otras fuentes de dividendos; el sector del automóvil está muerto, ya que no se ha gestionado adecuadamente el tránsito de los motores de combustión interna a los eléctricos, con el resultado de unos precios descabellados para la disminuida economía de los asalariados europeos, el fin de la financiarización como fuente inacabable de beneficios (el endeudamiento público y privado es de tal magnitud que el dinero oficial tiene el mismo valor que el del juego del Monopoly y no digamos nada el de las jili, digo cripto, monedas) y el crack digital no ha hecho más que empezar, pero amenaza con ser de los históricos.
La furia belicista se alimenta también de la increíble revalorización de lo que siempre ha sido estratégico y hasta hace bien poco no se pagaba en su justa medida: la tierra y las riquezas naturales. A las mentes de algunos retornan las obsesiones por el "espacio vital", que ya sabemos lo que implicaron hace casi un siglo.
Lo grave es que la medida no va a detener o alterar el curso de la guerra, sino que, tal vez, contribuya a extenderla y alargarla en el tiempo con desastrosas consecuencias humanas, económicas y medioambientales.
La ciudadanía debe decir a sus gobernantes lo que quiere alto y claro, al tiempo que exige que cualquier medida extrema tenga la cobertura democrática que, hasta el momento, ha brillado por su ausencia. Esta es una decisión de los parlamentos, elecciones previas mediante, donde los grupos políticos se hayan retratado ante los electores. La gravedad del giro que se pretende obliga, si no el término democracia dejará de tener el menor sentido.

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