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30 marzo 2025 (1): Sobre el alma

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 30 mar
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 10 jul

Leo en la prensa sobre la muerte, a los 44 años de edad, del bonobo Kanzi, que aprendió, por su propia iniciativa e interés, a comunicarse con nosotros mediante símbolos, habilidad que ha compartido con la gorila Koko y la chimpancé Washoe, si bien en estos otros dos casos los antropomorfos fueron estimulados a adquirir esa capacidad por sus adiestradores humanos.

Con todo, ninguno de ellos es especial en el reino animal, porque unos cuantos loros, especialmente los grises de cola roja (hay que recordar los hallazgos de Irene Pepperberg en su larga convivencia con el yaco Alex, capaz no solo de hablar, sino de entender el significado de lo que decía y de hacer sencillas operaciones aritméticas) y algunos córvidos también han mostrado que pueden hablarnos y, finalmente, bastantes especies de cetáceos emplean su propia lengua para interaccionar entre ellos y, en algún caso de estos magníficos animales y también entre los elefantes, cada uno es interpelado por su propio nombre.

Estos hechos son evidencia sobrada de la elevada inteligencia de muchos otros seres vivos que pueblan este planeta y de que poseen consciencia de sí mismos como entes diferenciados del resto de la realidad.

Ante estas constataciones experimentales se descalabra la visión religiosa de la creación, por la que dios puso sobre la faz de la Tierra a entes inanimados, plantas y animales para el solo disfrute del hombre, hecho a su imagen y semejanza. Para empezar en tono un tanto humorístico, no creo que los microbios patógenos, ni las lombrices, que pueden colonizar nuestros tractos intestinales, ni chinches, pulgas y piojos nos aporten más que molestias y los otros, los que parece que, contra lo sugerido por los textos bíblicos, también tienen alma propia, casan muy mal con esa visión finalista de ser nuestros servidores (y todo sin citar la infinidad de especies que viven en entornos prácticamente inexplorados por los humanos y que, por tanto, difícilmente pueden aportarnos absolutamente nada).

Añado a todo esto que el actual nivel de conocimiento del fenómeno biológico considera inverosímil que en un universo, como mínimo, incomprensiblemente gigantesco si no infinito, solo exista un planeta donde la vida haya florecido; más aún, la mayoría de los exobiólogos creen probable que haya vida elemental (tipo bacteriano o arqueas) en otros astros del Sistema Solar. ¿Creó el demiurgo un entorno colosal para un ente ridículamente diminuto en términos cósmicos?

Así que, estimados amigos, la ciencia y la religión no son dos formas diferenciadas de acceder a la realidad ni atienden a ámbitos de conocimiento distintos; simplemente están en flagrante contradicción. Cada uno que se quede con lo que considere más verosímilmente verdadero.

 
 
 

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