30 junio 2024 (2): Vivir para trabajar
- Javier Garcia

- 30 jun 2024
- 3 Min. de lectura
Leo en la portada en papel de un periódico que un tercio de los vascos tienen extrema dificultad para compatibilizar la vida familiar con la profesional (no sé si el artículo matiza cuál es la situación de los otros dos tercios, aunque me temo no será mucho mejor). Mal asunto, porque de ahí se deriva una sarta de males sociales, económicos y psíquicos que azota a la sociedad actual. En primer lugar, hay que dejar constancia de la evidencia de que esto no se puede deber sino al excesivo número de horas que se dedican al trabajo, lo que, a su vez, pone de manifiesto lo mal pagados que están la gran mayoría de los empleos ofertados.
Por supuesto que en esas condiciones no nos pueden sorprender el bajísimo índice de natalidad (¿quién tiene tiempo y dinero para emplearlos con los niños?), la excesiva dedicación de los abuelos a los nietos, hasta la extenuación de los primeros y la malcrianza de los segundos, lo poco que los niños juegan, dado que en ausencia de sus progenitores no les queda otra que hilvanar la jornada académica con las denominadas actividades extra escolares, la desatención de mayores y discapacitados, la difícil supervivencia de los "singles" que, con un solo sueldo, no pueden aspirar sino a seguir en la casa paterna hasta que las ranas críen pelo o malvivir en una habitación de un piso compartido a edades en las que la convivencia con extraños no es precisamente lo deseado, el recurso a los psicotrópicos como válvula de escape ante tanta miseria, el turismo desmadrado, también por la bajísima calidad de la existencia cotidiana, el insomnio generalizado, la depresión frecuente, la ansiedad, que golpea cada dos por tres...
No deja de ser contradictorio que, cuando la tecnología ha permitido la automatización de un montón de tareas y hasta el trabajo intelectual se ve invadido por las capacidades de la Inteligencia Artificial, tengamos a tanta gente esclavizada por el trabajo. De hecho, estas modernidades deberían haber servido para que los humanos redujéramos drásticamente las horas dedicadas a la producción económica en beneficio de la convivencia y la familia. De la misma manera, la incorporación plena de la mujer al mercado laboral, que se materializó en la segunda mitad del siglo XX, tendría que haber significado compartir las tareas y no multiplicarlas por dos.
Pero, desgraciadamente, el mayor y casi exclusivo beneficiario de estos avances ha sido el capital. La automatización no ha venido acompañada por el reparto de la actividad que se precisa, muy al contrario, quienes trabajan lo siguen haciendo a jornada completísima al tiempo que crece monstruosamente la legión de desempleados. Del mismo modo, el trabajo de las mujeres ha servido fundamentalmente para reducir los salarios a la mitad, de modo que ahora, para conseguir unos ingresos que permitan la supervivencia familiar, deben entrar en casa al menos dos sueldos que, entre ambos, escasamente suman lo que representaba antes una única fuente de ingresos.
En definitiva, lo que han conseguido los propietarios de los medios de producción y los empresarios en general ha sido aumentar la competencia entre los empleados para rebajarles los salarios (a la automatización y la incorporación de la mujer hay que sumar a su favor los grandes movimientos migratorios).
Es el momento de revertir este estado de cosas para que nos beneficiemos todos de los avances tecnológicos, y las mujeres y los hombres podamos compartir la apasionante experiencia de dedicar la mayor parte del tiempo a vivir en familia, a cuidar a los que lo necesitan y a pasarlo bien con los que queremos.

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