28 enero 2024 (1): El diablo está en la interpretación
- Javier Garcia

- 28 ene 2024
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 14 feb 2024
En mi artículo "Vaya con la sociedad de mercado", de la semana pasada, le di un revolcón a la columna de El Correo que "alertaba" de que un número elevado de vascos vivían de los sueldos, pensiones y ayudas varias de la administración; exponiendo que, de unas mismas cifras, se pueden sacar muy distintas conclusiones o, por lo menos, conjeturar, con visos de racionalidad, en torno a lecturas en los antípodas de lo pretendido por la estadística o la encuesta de la que se extrajeron los números.
El mismo diario del grupo Vocento me permite, siete días más tarde, continuar con ese subversivo ejercicio de la interpretación discrepante. Dice el analista de la mencionada prensa que los trabajadores inmigrantes de la Comunidad Autónoma Vasca se han casi duplicado en una década, de modo que, al cierre de los datos de 2023, eran nada menos que 91.635 extranjeros los que cotizaban a la Seguridad Social. Y remachaba la alerta aclarando que, en el mismo lapso, los autóctonos activos y con empleo solo habían crecido un 11 %.
Para los lectores conservadores esto es dar la voz de alarma ante tanto recién llegado que, además, compite exitosamente con "los de aquí" por el escaso empleo ofertado. Pero una lectura sosegada y reflexiva de esta realidad puede llevar a una muy diferente conclusión, aunque, si se me permite, más inquietante. Me explico: creo que está fuera de toda duda que la cualificación profesional de los migrantes de allende las fronteras que han decidido hacer de Euskadi su hogar está, de media, claramente por debajo de la de los trabajadores locales. Y, si eso es así y, pese a ello, encuentran trabajo, con mayor facilidad incluso que los mejor preparados, es evidente que el empleo que se crea en nuestra tierra es de mala calidad; lo que, a su vez, nos hace concluir que la productividad y el valor añadido de nuestra actividad económica han de ser bajos y la tecnología y la innovación escasas, más propios de los países en vías de desarrollo que los que se le suponen a un territorio adscrito oficialmente al opulento occidente. Así que, para cambiar esta tendencia, no es preciso restringir el tránsito de personas, sino proceder a una transformación industrial que apueste decididamente por la sofisticación y los productos y procesos más exclusivos.
Una encuesta del CIS sobre la percepción de la igualdad y los estereotipos de género también ha levantado cierta polvareda porque, interrogada una muestra estadística, supongo que significativa y equilibrada, acerca de si la promoción de la equiparación entre hombres y mujeres ha llegado tan lejos que ahora se los discrimina a ellos, nada menos que un 44,1 % de los varones respondieron afirmativamente y, oh, sorpresa, también un 32,5 % de ellas. Por supuesto que la reacción ha aplaudido hasta con las orejas estos resultados, que interpreta como la constatación de lo ajustado de sus denuncias, mientras que el feminismo y los medios progresistas han salido en tromba para desautorizar el método y poner en duda las cifras. He leído en un medio de izquierdas una muy buena argumentación acerca de lo impropio de la cuestión formulada. Porque, efectivamente, la redacción de la pregunta propicia una determinada respuesta; y esta, que somete a la consideración del entrevistado la posibilidad de que los hombres se vean ahora discriminados, puede suscitar cierta adhesión que, de no haberse propuesto de manera tan explícita, nunca hubiera mostrado el interpelado de motu propio (son abundantes los ejemplos de esta manipulación en la historia de los referéndums que en el mundo han sido). Es plausible, pero es igualmente razonable pensar que, en un contexto donde la corrección "woke" impera, cierto porcentaje de los encuestados y, muy especialmente, aquellos que por su adscripción progresista temen que se los asocie con posturas conservadoras, hayan respondido negativamente cuando sus tripas les pedían un sí más o menos contundente.
En definitiva, en este segundo caso, el de la supuesta resistencia machista al cambio, es imposible deducir cualquier corolario concluyente y solo nos queda la fría constancia de las cifras y la evidencia de que el temor a la igualdad , tal como ahora se plantea, no es cosa de señores mayores en vías de extinción, porque es precisamente el colectivo de hombres más jóvenes, aquellos de los interpelados con edades comprendidas entre los dieciséis y veinticuatro años, quienes mayoritariamente asienten ante la afirmación formulada (un 51,8 %). Esta en apariencia anacrónica actitud de los jóvenes nos debiera hacer reflexionar y actuar: o la fuerte ola machista que arrasa en las redes sociales está ganando la partida a la comunicación oficial, en cuyo caso se debería responder con un extraordinario esfuerzo pedagógico, o hay un mínimo de razón en el malestar que muestran los varones y procedería enmendar aquello que precise de una revisión, sin que por eso haya de detenerse el proceso hacia la inexcusable igualdad entre los géneros.

yo esto del machismo y feminismo nunca lo he entendido