26 mayo 2024 (2): Depresión y ansiedad
- Javier Garcia

- 26 may 2024
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 27 may 2024
No creo que me equivoque si estimo que hoy un porcentaje importantísimo de las bajas laborales obedecen a causas psiquiátricas. Son innumerables los insomnes agobiados por un montón de pensamientos negativos y tensiones difíciles de sobrellevar.
La oficialidad achaca esta que se denomina pandemia del siglo XXI a la velocidad con la que se vive o a la presión ejercida por la tecnología mal empleada. Lo cierto, sin embargo, es que las causas más importantes del crecimiento geométrico de estas dolencias son de naturaleza socioeconómica. Estos estados morbosos están íntimamente relacionados con los sueldos miserables, la inseguridad en el puesto de trabajo y las condiciones laborales indignas de tal calificativo.
La victoria cultural, no solo política, del liberalismo ha hecho de la precariedad el estado permanente de las clases trabajadoras. Para justificar esa tiranía se nos dice que hemos de salir de nuestra zona de confort, cuando los acomodados no la abandonan jamás; se intenta vender el disparate de que la inestabilidad es una oportunidad que se nos brinda para progresar y, si las cosas siguen yendo mal, se culpabiliza al asalariado de sus miserias, porque si su situación es penosa se debe a su poca dedicación o a la incapacidad de llevar a cabo tareas mínimamente competitivas.
En último término se culpabiliza a otros empleados de nuestros males, especialmente a los migrantes o a quienes desempeñan parecidas actividades en otros países donde la mano de obra es más barata.
Confieso que el discurso está bien hilvanado, y que muchos parias han comprado las mentiras con las que se los domestica y, de paso, enferma. Es pues hora de contraatacar no solo con las tácticas obreras tradicionales, sino también prestando atención a, como se dice ahora, los relatos, y que se empiece a oír, alto y claro, el nuestro. En ese sentido me complazco en constatar que hay autores que están poniendo en la picota la meritocracia, desde la constancia de que la cuna es la principal causa que nos ubica entre los menesterosos o en el mucho menor club de los privilegiados. Pero para todo eso hay que leer, y no estoy hablando de dedicar horas y horas diarias a esos cacharritos electrónicos inmundos a través de los que nos manipulan. Se trata de tomar entre las manos libros enjundiosos que denuncian la injusticia y que ponen al lector ante la clase de mundo en el que está realmente viviendo. Y también hay que escuchar, y no precisamente a los "influencers", sino a nuestros familiares, amigos y compañeros de trabajo, y conocer de primera mano la clase de vida que sobrellevan y los problemas reales a los que se enfrentan.
Si practicamos esos saludables ejercicios seguro que no nos vuelven a engatusar con esas historias de triunfo personal para badulaques. Hay que saber que los vástagos de los potentados jamás diseñan su futuro compartiendo pupitres con los hijos del pueblo, porque cursan sus estudios en centros de formación elitistas donde no se aprende demasiado ni es difícil sacar buenas notas, pero cuyos títulos abren las puertas de los mejores despachos. Que los descendientes de los dueños seguirán siendo los dueños con independencia de su preparación o disposición. Que la elevada capacidad sirve para ir tirando, pero rara vez proporciona posiciones socioeconómicas cimeras. Que emprender un lucrativo negocio depende fundamentalmente de disponer del capital necesario para ponerlo en marcha con opciones de éxito. Que la inteligencia y la buena capacitación son valores, sí, pero que cotizan muy bajo si tienen que enfrentarse a los orígenes más aristocráticos de otro competidor. Que quien vive como asalariado tendrá suerte si puede mantenerse empleado buena parte de su vida laboral sin tener que emigrar. Que, en definitiva, es una mentira crasa eso de que al nacer todos partimos de la misma línea de salida y que todos jugamos al mismo juego con las mismas posibilidades de que nos lleguen buenas cartas; por el contrario, hay algunos que empiezan a correr con mucha ventaja y juegan con los naipes marcados.
No digo que siguiendo estas pautas vayamos a cambiar esta sociedad, ojalá, pero sí creo que por lo menos paliaremos los efectos destructivos que tiene el supuesto fracaso en nuestras mentes.

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