22 diciembre 2024 (2): ¿Paz o claudicación?
- Javier Garcia

- 22 dic 2024
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Actualizado: 27 ene
Las cosas no van bien para el régimen instaurado en Kiev tras la defenestración no legal del presidente Janukovic en 2014, a manos del movimiento denominado Euromaidán. Los partes de guerra son, cada vez, más y más negativos para Ukrania (este mismo viernes han tenido lugar sendos terribles bombardeos sobre la capital y Odessa) al tiempo que los cambios políticos en los Estados Unidos y en la Unión Europea no apuntan hacia una mayor involucración de estas potencias en el conflicto iniciado con la invasión rusa, por mucho que la verborrea militarista siga sonando alta, pero no clara.
Cada vez leo con más frecuencia en los poderosos periódicos de mi entorno artículos hablando de que está próximo, por lo menos, un alto el fuego indefinido (¿así se llama ahora la capitulación?) y que Ukrania se ha resignado a perder los territorios en litigio.
Insisto en lo que he pensado desde el principio: este era un conflicto imposible para la parte ucraniana, condenada irremediablemente, por sus menores recursos de toda naturaleza, a ser derrotada por la contraparte rusa. Como creo que tontos en las altas instancias de las potencias involucradas hay pocos y todos conocían esa dura realidad, hay que buscar explicaciones a la prolongación de una guerra cuyo final era conocido de antemano.
Todo comenzó en 2014 cuando Occidente apoyó, no sé si solo políticamente o de alguna otra forma más, la "revolución" que pretendió cambiar las alianzas internacionales de la estepa cerealista de la Europa Oriental. Se quería cerrar el anillo militar, económico y político en torno a Rusia (después del alineamiento pro occidental ya irreversible de los países escandinavos, los bálticos, Bulgaria, Polonia y Rumania, aún se disputa por Armenia, Georgia y Moldavia) y Ukrania era la piedra angular de ese puzzle. Para evitar el quintacolumnismo, o por simple aversión al vecino poderoso, el nuevo régimen asentado en Kiev eligió la mano dura contra sus ciudadanos orientales, de cultura y tendencias políticas prorrusas. Eso generó las protestas de la población afectada y dio el pretexto idóneo a Rusia para intervenir, se incorporó Crimea a la Federación Rusa y, pocos años después, se invadió el Donbass.
Así empezó la guerra que asuela el este europeo; lo que es más difícil de explicar es su prolongación, más allá de lo esperable. La desproporción de recursos entre ambos contendientes apuntaba, desde el principio, a que solo podía acabar de una manera (no hay que olvidar que Rusia sigue siendo la segunda potencia mundial en lo que respecta a armamento nuclear y, en una improbable y desesperada situación, también podría recurrir a sus cabezas atómicas). Así que si el enfrentamiento se ha estirado en el tiempo es porque Occidente ha puesto a disposición de Ukrania su armamento más sofisticado y la tecnología militar electrónica más avanzada con el ánimo de incordiar a las otras potencias mundiales y engordar su industria armamentista. Pero todo tiene un límite, por un lado el conflicto ha vaciado los arsenales europeos y norteamericanos (buena noticia para los mencionados fabricantes de armas, pero un problemón para las economías involucradas) y, de otro, también el enemigo ha podido poner enfrente ingenios destructivos igualmente novedosos y eficaces que, sin exponer grandes recursos humanos, están destruyendo la infraestructura energética e industrial ucraniana y condenado a buena parte de la población a sobrevivir en condiciones muy precarias, especialmente en invierno.
De ese sufrimiento deviene un malestar creciente entre la ciudadanía de Ukrania, cada vez más partidaria de hallar la solución al conflicto por la vía del diálogo y reticente a la movilización de sus hijos en edad militar.
¿Le interesa a Occidente, y puede, prolongar esta guerra? Por supuesto que el objetivo estratégico de apoyar la resistencia ucraniana a la invasión rusa sigue estando ahí, y es la razón última del estiramiento de este chicle, pero la cuestión es que, tal vez, ya se haya sobrepasado el precio aceptable a pagar por semejante propósito. Resulta que el enemigo ha sabido adaptarse a la economía de guerra, las sanciones a sus finanzas y productos no han hecho sino reforzarlo como autarquía viable (sus recursos naturales son los más grandes del planeta) y, para más inri, no está tan solo como se podía pensar, hay un montón de países que apuestan por la globalización descentralizada y, con ese objetivo, ven con simpatía, disimulada o indisimulada, las penas que afligen a la globalización unilateral.
Todo esto sucede mientras se produce un avance notable de las opciones de extrema derecha en muchas democracias liberales, que representa un ascenso del iliberalismo y del nacionalismo aislacionista y, con ellos, el desinterés por las cuestiones planetarias (en muchos casos para desgracia de la humanidad, como el desentendimiento ante el cambio climático).
Y termino, si a todas estas circunstancias añadimos el enconado conflicto entre los varios y sempiternos actores de Oriente Medio, donde los Estados Unidos y Europa piensan que se juegan bastante más que en Ukrania, el lío bélico en esta parte del viejo mundo tiene, necesariamente, que dejar de ser prioritario para quienes en realidad no quieren poner en riesgo sus intereses más sentidos por la suerte de la pobre antigua patria indoeuropea.

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