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22 diciembre 2024 (1): Qué fea, pero inevitable, es la muerte

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 22 dic 2024
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 4 mar

El fallecimiento imprevisto de varios financieros de primer nivel, acontecido en un breve lapso de tiempo y antes de que tuvieran tiempo de celebrar las inminentes fiestas y vivir el 2025, me ha hecho reflexionar, por enésima vez, sobre la muerte; lo fácil que es persuadirse de su naturaleza e inevitabilidad y lo difícil que se nos hace a los humanos vivir en conformidad con esa evidencia.

Y es que, en todos los casos comentados, bien pasado ya el primer cumpleaños de la setentena, un par de estos prestigiosos ejecutivos e inversores seguía al pie del cañón, ostentando cargos y sobrellevando responsabilidades.

Así que sí, pese a la cruda realidad del ineludible deceso, si disfrutamos de una posición laboral o socioeconómica notoria, los humanos nos creemos eternos y dejamos el retiro para cuando el Sol sea una gigante roja. De lo que se deduce, y es lo preocupante, que preferimos los honores, los besamanos de más alta alcurnia, los salones imperiales, la comida y bebida privativa de las clases más adineradas, en compañía de nuestros refinados iguales y, sobre todo, el ejercicio del poder (ese dedo maravilloso que señala al ascendido o defenestra al caído en desgracia), más que el ocio. Y ello pese a que dispongamos de magníficas segundas, terceras o enésimas residencias en medio de maravillosos entornos, yates ostentosos y los mejores campos de golf.

Ni siquiera dejamos que nuestros descendientes directos ocupen nuestras poltronas antes de tiempo; lo habrán de hacer bajo nuestro busto, una vez que ya no estemos (que será cuando se evaporen los agujeros negros).

Pero resulta que, aunque los aduladores de cámara nos acaricien el oído con loas a nuestra imprescindibilidad, un humano de más de setenta años es biológicamente un anciano en serio riesgo de sufrir el embate de graves enfermedades, el advenimiento de alguna clase de discapacidad o de penar con dolores solo sufribles hinchándonos de pastillas. Y eso por no hablar del deterioro del estado físico general y de la menguante capacidad intelectual, probados científicamente hasta más allá de cualquier duda razonable.

Así que no, no estamos exentos de los riesgos propios de las numerosas veces que se han tenido que replicar nuestras células, merman las facultades para acometer con seguridad caminos peligrosos y aumenta la probabilidad de accidentes vasculares, aunque uno sea el dueño de una gran empresa textil o vicepresidente de una energética de prestigio. Es lo que consume a muchos de estos prohombres y, por eso, hay uno que se está gastando lo que gana con la venta online, que es muchísimo, en encontrar el elixir de la eterna juventud; para disfrute exclusivo, por supuesto, porque si tal bálsamo estuviera al alcance de todo el mundo el buscado paraíso se convertiría en un infierno superpoblado. Mejor dejar las cosas como están, los humanos ya gozamos de una prolongada existencia, alargarla aún más generaría irresolubles nuevos problemas socioeconómicos, a sumar a los preexistentes, y crecerían las inquietudes de unos cerebros con demasiado tiempo para pensar en sí mismos.

 
 
 

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1 comentario


Luis Fernandez Ovalle
24 dic 2024

Estate seguro que si tuvieran que trabajar como en común de los mortales, estarían retirados a los 33

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