21 abril 2024 (1): Irán, Israel, Palestina, Sudán, Ucrania, Yemen...

Llevamos bastantes meses siendo sobresaltados por episodios bélicos que amenazan, o eso dicen quienes nos los comentan, con desbordar sus ámbitos originales de conflicto para transformarse en una guerra global en Oriente Medio o Europa.

Como ciudadano habitante de un rincón del extremo occidental del Viejo Mundo temo más a lo que se dice que a lo que ocurre. Muchos me juzgarán insolidario con los que sufren, y puede que tengan alguna razón; pero veréis, soy un ciudadano corriente que, aunque pacifista y contrario al recurso a la fuerza, me siento incapaz de parar la violencia que surge por doquier, así que me concentro en la para nada descartable posibilidad de que tanto encarnizamiento de las guerras termine por salpicar a mi tierra, mis próximos y yo mismo.

Y, por eso, me ponen de los nervios quienes hablan, sin que les tiemble la voz, de una conflagración que afecte a todo mi continente. Estos voceros del supuestamente inevitable choque violento de áreas de influencia se concentran en los países del Este y el Norte de Europa, precisamente quienes más cerca están del "enemigo". Y no sé si por eso darles más crédito o, por el contrario, pensar que juegan a alarmar a los demás para que su particular apuesta de confrontación con los rusos sea sostenible y, a la par, les salga económicamente más barata, si la pagamos entre todos.

El mismo papel de agitadores del peligrosísimo cóctel de sentimientos religiosos, intereses económicos y racismos enfrentados, que amenaza con arder en pompa en la contradictoriamente calificada como Tierra Santa, protagonizan los Estados Unidos de América, que siguen armando a Israel hasta los dientes mientras su diplomacia bloquea en la ONU cualquier medida encaminada a detener las hostilidades.

Quienes me lean se preguntarán por qué no enfatizo la responsabilidad de Hamás, Irán o Rusia en este tinglado bélico que se está montando. Es muy fácil responder: porque con independencia de esa supuesta coalición de enemigos que sufrimos los occidentales, entiendo que a mis quejas deben responder mis políticos, porque hay fórmulas pacíficas de detener lo que algunos parecen desear inevitable, y somos nosotros los que debemos combinarlas sabiamente. Nadie ha evitado nunca ninguna guerra con armas, amenazas y escalando los conflictos. Peor aún, nunca nadie ha impedido el sufrimiento u otorgado una mejor existencia a la gente corriente involucrándola, contra su voluntad, en un enfrentamiento que, a estas alturas de la historia, podría desencadenar el uso de armas de verdadera destrucción masiva.

Como esta absurda situación desborda mi capacidad de hallar una explicación racional para ella, se me empieza a asentar en la cabeza cierta reflexión conspiranoica que pone en la picota a un sistema socioeconómico moribundo, que no halla otra forma de prolongar su agonía que la economía bélica y la disminución brusca de población, también en los países más ricos. Ojalá esté chocheando.