2 junio 2024 (2): Mensis horribilis
- Javier Garcia

- 2 jun 2024
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 11 ago 2024
La Iglesia Católica sigue gozando de una extraordinaria salud financiera, pero padece de dolencias muy difíciles de curar: la caída en picado de los fieles, la aún más terrible disminución de nuevas vocaciones religiosas y, finalmente, lo de siempre: la cuestión del sexo, nunca respondida adecuadamente.
Un poco de cada uno de estos ingredientes constituyen el bálsamo de Fierabrás que la curia vaticana ha tenido que beberse este mes, sin dejar ni una gota en el baso.
Empiezo con el feo asunto de las clarisas rebeldes de Belorado y Orduña. Ya sabéis que estas comunidades han rechazado el pastoreo obispal de siempre para caer en el de nuevo cuño de la denominada Pía Unión del Apóstol San Pablo. Tanto a Roma como a los heréticos que lideran a las monjas les ha parecido adecuado plantear el conflicto del lado exclusivamente teológico; a la Iglesia Católica porque las supuestas discrepancias en la fe de unos y otros tapan los problemas más cotidianos que padecen la mayoría de las comunidades contemplativas, en vías evidentes de extinción y, a los autoinvestidos obispo y sacerdote de la Pía Unión porque les sirve en su propósito, por cierto ya compartido por muchos otros eclesiásticos supuestamente aún fieles al papado, de desandar lo poquísimo bueno que ha hecho el catolicismo desde el concilio Vaticano II.
Yo, que ya publiqué un artículo el pasado año de mi conversación con la superiora de otro convento de clarisas, creo que la disputa no es celestial, sino absolutamente terrenal. Lo cierto es que, envejeciendo sin relevo, estas agrupaciones de mujeres y hombres que en su día eligieron abandonar el mundo para dedicarse a la oración, sobreviven difícilmente. No sé qué ayudas les llegarán desde los obispados, pero sospecho que exiguas, al tiempo que su capacidad de autofinanciación, mediante el cuidado de sus huertos, la elaboración de dulces o los trabajos de costura sofisticada, se reduce sin esperanza de recuperación porque ni las manos ni los cerebros están ya para muchos trotes.
Así las cosas, estas pobres señoras, lo son en todas las acepciones del adjetivo, porque viven miserablemente, y han de buscar soluciones creativas a su desesperada situación, han salido por peteneras. No es por tanto de extrañar que se hayan fijado en que, mientras deben sobrellevar una vida llena de privaciones, están confinadas en propiedades que podrían acoger a diez veces las que son sin problemas y que han sido el hogar de su orden por siglos. Piensan, y no les falta alguna razón, que una gestión financiera inteligente propia, y no del correspondiente obispado, de esos increíbles bienes inmuebles acabaría con sus estrecheces.
La cosa se va a resolver cuando la Iglesia, después de agotar la vía de la conminación, recurra a la justicia ordinaria para echar de sus propiedades a los okupas. Después, las religiosas serán interpeladas por "la autoridad competente" acerca de su fe. Las que decidan volver al redil serán acogidas nuevamente en la comunidad, aunque se desconoce si tras adoptarse alguna medida que palie el problema de fondo que planteo o sin cambio alguno; y las que insistan en su posición herética serán excomulgadas y, naturalmente, echadas a la calle, muy probablemente con edad avanzada, muy pocos familiares que las puedan apoyar y sin recurso económico alguno.
Eso sucedía en España y, casi al tiempo, en una reunión con obispos el Papa Francisco pidió a sus interlocutores que limitaran la entrada de homosexuales a los seminarios porque había demasiado "mariconeo". Craso error el suyo en el mundo woke de hoy, falsamente progresista, por lo que ha tenido que salir a la palestra para desdecirse y pedir perdón, cuando en realidad creo que en este caso tenía razón. Veréis, en una colectividad religiosa donde el poder lo ejercen exclusivamente hombres, el que una parte importante de sus jerarcas guste de personas de su mismo sexo no es lo más conveniente; de hecho creo que es un mal que la Iglesia Católica lleva siglos padeciendo porque muchos homosexuales del pasado, imposibilitados de vivir su condición, encontraban en la Iglesia el refugio adecuado ante el escrutinio inmisericorde al que se veían sometidos si no "conocían hembra".
Y sí, insisto, es un mal, no por la orientación sexual de unos u otros, sino porque el número de homosexuales superaba, y supera, en mucho la media de la sociedad en su conjunto. La Iglesia tal vez se exponga a la deriva que han experimentado otros colectivos por causas completamente diferentes (diseñadores de moda, peluqueros o bailarines) y las palabras del Papa, pronunciadas por cierto en un contexto de privacidad absoluta que alguien ha roto, tienen todo el sentido del mundo; No se trata de cerrar las puertas de la Iglesia a los homosexuales, sino de que los heterosexuales dispongan de su cuota adecuada de representación.
Lo que ya no tiene tanto sentido es el estrambote a esta verborrea sexugenérica del anciano jefe católico que acaba de afirmar que "los cotilleos son cosas de mujeres" y que "los hombres llevan pantalones (él mismo y sus jerarcas llevan faldas y muchas mujeres no) y por eso deben decir las cosas". Aquí estimado Francisco te han patinado las neuronas, y es que la edad no perdona aunque uno esté inspirado por el Espíritu Santo.

En cualquier caso, la Iglesia católica ingresa buenos dividendos por el control, en algunas regiones, casi total de la docencia