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2 febrero 2025 (1): Euskalherria enganchada

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 2 feb
  • 2 Min. de lectura

Noticias periodísticas de esta misma semana: España, tras el Reino Unido, es el segundo consumidor de cocaína per capita del mundo, Euskadi es el lugar de España donde los alumnos fuman más cannabis a diario y, termino, el análisis de las aguas residuales revela que la Comunidad Autónoma Vasca es la gran consumidora de anfetamina del ámbito estatal.

Esto, junto a la nada despreciable ingesta de alcohol, somníferos, antidepresivos y ansiolíticos, igualmente constatada en anteriores estudios e informes, nos sitúa ante la evidencia de que sufrimos un problema de drogadicción tremendo, que ha de tener graves consecuencias en el ámbito familiar, social, económico, laboral y sanitario.

El consumo de psicotrópicos es, primero de todo, efecto de una vida sin alicientes ni posibles objetivos y, en segundo lugar, consecuencia de un individualismo que ha desterrado la confrontación con los problemas de manera colectiva para optar por una improbable salvación individual o la entrega a un nihilismo autodestructivo.

Por supuesto que esta dependencia compartida por tantos también es posible por la, no sé si deliberada, incapacidad de los cuerpos de represión de los estados por ahogar la comercialización ilegal de los productos enajenantes y por la apatía social y la connivencia de unos partidos políticos y organizaciones de toda índole y tendencia que se niegan a reconocer el problema y más a combatirlo. Tan es así, que la drogadicción ha medrado como símbolo de modernidad y progresismo y, todavía hoy, circula ampliamente la leyenda urbana de lo saludable que es la marihuana.

Pues no, las drogas no son sanas, ni progres, ni independentistas, y ni siquiera ayudan a correrse una buena juerga. Son un instrumento alienante más del que se sirve el sistema para tener estupidizada a buena parte de la sociedad.

Como ya he dicho en alguna otra ocasión, urge un posicionamiento de las instituciones en contra de esos hábitos, claro y sin matices. Y, a la vez que eso, un compromiso de las fuerzas de seguridad, los centros de formación (una buena medida que estos habrían de adoptar sería que los adolescentes no pudieran abandonar el espacio educativo durante los recreos), los sanitarios y hasta la iniciativa privada, para que, todos juntos, consigamos un cambio cultural que juzgue a los psicotrópicos como lo que son: un problema de salud pública de primer orden, destructores de las vidas y las economías de una mayoría para el lucro, legal o ilegal, de la minoría que comercia con ellos.

 
 
 

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