18 febrero 2024 (2): Empanada de palabros
- Javier Garcia

- 18 feb 2024
- 2 Min. de lectura
Un amigo mío boomer, entusiasta de los negocios on line, ha decidido invertir comprándose un NFT por un par de ethers. Sin saber la prehistoria de su artístico GIF, dice estar seguro de ser su único poseedor, porque su apunte está sólidamente protegido en la irrompible cadena de la blockchain, y cree que le reportará enormes beneficios a medio plazo, sobre todo por el alza en la cotización de la criptomoneda.
Le prevengo del riesgo de ser víctima de algún fraude, recordándole que no es un millenniam y, menos, pertenece a la generación Z de nativos digitales, mucho más avezados en eso de salsear entre aplicaciones y operaciones de compra venta en la worldwide web.
Me responde que no es ningún neófito en esos quehaceres, que consejos vendo que para mí no tengo, porque en su día fui víctima del fishing cuando pretendí alquilar un piso turístico vía telemática y no supe ver que tecleaba dentro de una página impostora e interactuaba con quien yo creía era un anfitrión de Airbnb y en realidad se trataba de un bot de humanidad muy creíble. Añade que vigile a los teenagers de la familia, porque el móvil es la puerta por donde se cuelan todos los bullyings, ghostings y breadcumbrings imaginables.
Le insisto en que no está en condiciones de perorar ninguna lección, porque en una página de citas se la dio con queso un queer de género indefinido, que utilizó el cebo de la palabrería propia del movimiento woke cuando lo que en realidad pretendía era ligar a cualquier despistado con ínfulas de progre.
Hubiéramos seguido echándonos los trastos mutuamente si no hubiera terciado en nuestra polémica otro miembro del chat, este de la generación silenciosa, que sueña con grabar y editar un biopic acerca de su persona y publicitarlo posteriormente en su blog o comentarlo de pasada en sus plúmbleos podscasts.
Despertemos a la cruda realidad: a los tres nos faltan unos cuantos miles de followers para siquiera soñar con ser influencers. Y de inclinarnos por el oficio de youtubers ni hablamos, porque ahí sí que hay que dar el callo elaborando contenidos, grabando y editando.
En realidad es tiempo de que confesemos que preferimos la charleta presencial y distendida, el arte tangible y realmente irrepetible, si no se incurre en flagrante plagio, los bienes materiales y a buen recaudo en el interior de una sólida caja fuerte, la ética consuetudinaria, el sexo corriente y moliente, porque lo que nos pone es el roce de piel contra piel, sin mediar soporte electrónico alguno, las polémicas de codo en la barra del bar y no el impersonal tuitteo, los contratos rubricados ante notario por los trazos indelebles de tinta de nuestra firma y, si hay que invertir, en algo que sirva para algo, siempre conservará un cierto valor.

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