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18 febrero 2024 (1): La sacralidad profana

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 18 feb 2024
  • 3 Min. de lectura

Hay ocasiones que, en medio de las sobrecogedoras tragedias humanas causadas por los conflictos bélicos, de las meteduras de pata electoralistas de nuestros incultos políticos y de los escabrosos detalles de los sucesos que tachonan con sangre la cotidianidad, los medios de comunicación hacen un pequeño sitio a otras noticias, de esas que saben van a tener menos lectores y todavía muchos menos exégetas, pero que, si uno se toma la molestia de detenerse un tanto en ellas, descubre sorprendido su notable impacto en la vida cotidiana.

Y ese ha sido el caso de la que ha saltado a los periódicos esta pasada semana, procedente del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, que ha dictado sentencia contra una demanda de los judíos y musulmanes de Bélgica en la que estos se quejaban de la normativa comunitaria que obligaba al aturdimiento de los animales antes de su sacrificio. Decían los litigantes que su aplicación vulneraba la libertad de culto porque se violentaban los preceptos que regulan los ritos halal y kosher, dado que estos consideran requisito indispensable que el animal se halle en perfecto estado de salud cuando se le quita la vida. A esto ha respondido el alto Tribunal afirmando que juzga el mencionado aturdimiento como una medida proporcionada, que busca la preservación del bienestar animal y evitar su sufrimiento innecesario, sin desdoro de la esencia de los rituales supuestamente afectados y, consiguientemente, rechazando la reclamación.

La decisión es de gran calado porque, pese a que los sacrificios de animales y humanos (reparemos en los casos de Isaac y el propio Jesucristo) son consustanciales a la doctrina de las religiones abrahámicas (la ofrenda de vegetales de Caín a Yahveh no complació a este último) y estas son profesadas por la inmensa mayoría de europeos creyentes, el Tribunal ha considerado bien superior la preservación de los mínimos derechos de los miles de millones de criaturas que, cada año, son llevadas al matadero para satisfacer nuestro apetito insaciable; y todo ello en abierta discrepancia con las sagradas escrituras, según las cuales animales, plantas y seres inanimados fueron creados por el demiurgo como obsequios al hombre, el culmen de su obra, hecho a su imagen y semejanza, para que disponga de ellos a su capricho.

Es bueno, en definitiva, que en un estado de derecho la única ley que esté por encima y obligue a todos sea la que se propone y aprueba en las cámaras elegidas democráticamente. Y creo que casi nadie lo pone en duda en otros casos polémicos, como los planteados por la ablación del clítoris, la denegación de las transfusiones de sangre a los pacientes que lo necesitan y los matrimonios que involucran a menores; costumbres y reglas sin duda perversas, por mucho que estén enraizadas en el acerbo cultural de algunos pueblos o prescritas por los apóstoles de determinadas creencias. Por la misma razón, es el tiempo de que se derogue la normativa vigente que castiga la blasfemia y las supuestas ofensas a los sentimientos religiosos, porque lo que para algunos es sagrado para otros no es más que folklore o superstición, de modo que los colectivos discrepantes están en su derecho de manifestar públicamente lo que piensan de las convicciones del creyente, aun mediante la sátira o la burla, porque solo las personas tienen derecho a la protección de su honor; las ideas, por el contrario, han de estar todas sometidas al debate, a la crítica e, incluso, a la mofa. Ante la ley no puede haber nada sagrado.

 
 
 

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