17 agosto 2025 (1): Ni abducidos ni hipnotizados
- Javier Garcia

- 17 ago
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Actualizado: 27 ago
Un medio muy reconocido se sorprendía y preocupaba recientemente porque, según él CIS, Vox lidera la intención de voto entre los desempleados, la mitad de los grupos de los asalariados más humildes y los que se consideran pobres. Según clasificación menos socioeconómica, el viraje hacia la extrema derecha es particularmente notable entre los jóvenes varones.
El problema es que tanto el periódico aludido como muchas otras publicaciones, culpan de este giro ultra conservador al machismo, al racismo o a los malditos influencers y la costumbre preponderante entre la gente de pocos años de confiar en cualquier tarado que mantenga muchos seguidores en las redes sociales.
Sin negar que las citadas causas tengan alguna influencia, lo cierto es que los cambios en la intención de voto siempre obedecen a razones políticas. El ascenso de los partidos anti sistema significa, evidentemente, que el sistema actualmente prevalente no satisface las aspiraciones de una masa notable de votantes. Se entiende muy fácilmente si uno lee el slogan venteado por Vox con motivo del 1 de mayo: "Sin curro, sin casa, sin seguridad... sin luz".
O sea, que el derechismo a ultranza se aprovecha de que el trabajo accesible es una mierda, fundamentalmente porque empresarios y administraciones pagan muy mal, y de los precios desorbitados de la vivienda, que truncan cualquier proyecto vital que no esté respaldado por unos papá y mamá pudientes. Por supuesto que fue un partido conservador quien puso los cimientos de semejante desigual sociedad, pero también es cierto que las organizaciones consideradas progresistas no han hecho casi nada para revertir esa injusta situación desde las importantes cuotas de poder de que gozan actualmente.
Por supuesto que no será un gobierno de corte totalitario, o con los ultramontanos de socios, el que cambie este estado de cosas. Ya se han aprovechado en otros momentos de la historia del fracaso de las democracias para imponer regímenes autoritarios con consecuencias nefastas para las clases más modestas; pero, a pesar de esas horribles experiencias previas, seducen, porque los demás no muestran ni intención de acometer respuestas a los graves problemas que nos afligen.
La conclusión es evidente, si queremos marchar hacia una sociedad mejor, en la que se combata la raíz económica de los problemas de la mayoría, no queda otra que dejarse de marear la perdiz y desencadenar una ruptura sin complejos con el ultra liberalismo. Aseguro a mis lectores que si esta fuera la apuesta firme de los partidos considerados progresistas, se ganarían ese calificativo entre los votantes y, desde luego, cerrarían el paso a los ahora exultantes intransigentes.
Dejemos pues de intentar apaciguar el malestar creciente con ayuditas de tres al cuarto y combatamos la injusticia y la desigualdad desde sus bases ideológicas, legales y reglamentarias, que regulan el mercado para beneficio de los especuladores.

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