16 febrero 2025 (2): Libertad de expresión
- Javier Garcia

- 16 feb
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Actualizado: 17 feb
El encuentro atlántico de este viernes en Munich ha dado mucho de sí. Ha deshecho la posibilidad de un inicio inmediato de conversaciones para el cese de las hostilidades en Ucrania (parece que al final algo se va a hacer en Arabia Saudí) y confirmado el rigor de la guerra comercial entre los Estados Unidos y sus aliados.
Además, el vicepresidente Vance ha advertido a Europa de que su enemigo es interno y, según él, es la falta de respeto a las opiniones libremente vertidas por las gentes de la extrema derecha.
Lo que no precisa el joven ultraconservador es que solicita que no se desmientan ni se descalifiquen los cuentos de maricastaña, las mentiras alevosas. O sea, que entiende son legítimos los "hechos alternativos", de infausto recuerdo.
La libertad de expresión contempla la protección de las opiniones, nunca de la distorsión deliberada de la realidad. El universo es lo que es, y no vale agarrarse a la perversa interpretación de la mecánica cuántica (siempre he dudado muchísimo de lo cuántico extendido al contexto filosófico y más allá del micromundo) que da por verosímiles, y reales, todos los acontecimientos permitidos por la teoría.
La muerte de la verdad, como valor a defender, desarma a la justicia y da la razón a quien más chilla o mejor puede acallar al otro. Una sociedad sin verdades incontrovertibles, soportadas en los hechos indiscutibles, estaría absolutamente desnortada, cualquier camino hacia el disparate sería tan aceptable como los que discurren por la vía de la racionalidad hacia el bien común.
Claro que no sorprende la reprimenda de quien forma parte de una administración que ha dado megáfono a xenófobos, totalitarios tecnológicos, religiosos ultras en posesión de la única verdad... y hasta a antivacunas, terraplanistas y negacionistas de lo evidente.
A mí todo esto me suena a dar pábulo a las teorías esgrimidas por imbéciles y malintencionados con el propósito de alcanzar unos fines muy poco confesables.
Claro que los gobiernos europeos no lo están haciendo mucho mejor: no quieren saber lo que realmente opinan sus ciudadanos sobre sus planteamientos belicistas y su apoyo a un régimen, alguien debería recordarlo, que era calificado en los rankings internacionales como uno de los más corruptos del mundo. A ambos lados del Atlántico no quieren la verdad, dañosa para sus despreciables intereses.

Sobre el plano puramente teórico Vance tiene razón. Otra cosa es que represente intereses tan espúreos como los de Von der Leyen