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13 abril 2025 (1): Batacazo bursátil (pese al rebote)

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 13 abr
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 18 abr

Detecto en la prensa nominalmente progresista un cierto jolgorio ante la crisis de los mercados de valores porque, según su superficial análisis, los ultra ricos que han aupado a Trump a la presidencia de los Estados Unidos han recibido una dosis de su propia medicina, bajo la forma de pérdidas notables en las bolsas y la extrema derecha europea ha de explicar a sus votantes la agresión comercial de su "querido líder".

Creo que este quebranto coyuntural sufrido por las finanzas globalizadas, cuyos mayores paganos serán los pequeños inversores, era inevitable y hubiera sido mucho más grave cuanto más tardara en llegar la corrección en los precios de las acciones. Me explico, la financiarización de la economía y el consiguiente carácter especulativo de las inversiones han llevado al mundo a una situación de difícil sostenimiento indefinido, con unos activos financieros sobrevalorados y unos bienes de uso, particularmente la vivienda y el automóvil, inalcanzables para muchos bolsillos.

Es lo que a corto plazo convenía al neoliberalismo rampante: el enriquecimiento desmesurado de los propietarios en detrimento de la economía de los usuarios. Y, también, es lo que interesaba al imperio, que deslocalizaba la producción, disminuyendo drásticamente los costes de fabricación, mientras crecían los beneficios y se revalorizaban sus empresas. Hasta la economía pública del monstruo norteamericano se lucraba de esta circunstancia porque, pese a arrojar resultados negativos cada vez más escandalosos, llevaba muchos años de exitosa huida hacia delante a través de los créditos, aparentemente infinitos, proporcionados por los compradores de su deuda pública de todo el globo, confiados en la solidez artificial del dólar y la imposibilidad de la caída de tal gigante, porque arrastraría a todo el mundo con él.

Pero ha llegado un momento en que esa imprudente ignorancia de la realidad no se ha podido sostener por más tiempo. Por muchas razones, la primera es que la política belicista no da más de sí, ya que las guerras, más allá de los límites de las actuales, conducirían irremediablemente a que cualquiera de los enfrentados recurriera al uso de armas de destrucción realmente masiva (creo que de eso va la mediación de Trump en Ucrania y la tolerancia inhumana de las escabechinas de Gaza). Así que las exportaciones de esta naturaleza, que representaban la mayor de las fortalezas de la economía yanqui, no pueden seguir creciendo sin serio riesgo de una debacle de dimensiones planetarias. Por no hablar de que el progreso tecnológico militar, imprescindible en este mercado, lo paga íntegramente el erario público, extenuado, como ya he comentado más arriba.

Desde la óptica doméstica, es imposible dar de comer y vivienda a unos 350 millones de personas sin producción propia de casi nada, ya que los salarios escuálidos del sector servicios no lo permiten (de eso también empezamos a saber por estos lares). Por eso era imprescindible devolver a América una mínima economía industrial, Y es lo que intentan los aranceles, pese a que sus promotores saben que van a causar una notable inflación, porque los costes de producción en los USA son mucho mayores que los incurridos en los puntos de deslocalización que, hasta ahora, aprovisionaban de lo más imprescindible. De todas formas, esta es, también, una enmienda compensatoria de la deriva especulativa, puesto que se revalorizan las cosas que valen para algo en detrimento de participaciones etéreas en empresas cuyo patrimonio es, en buena medida, puro humo.

En definitiva, así se persigue frenar el desbocado gasto público y el crecimiento de su pavorosa deuda, a la par que sofocar una malestar social creciente que ya está causando una debacle de salud pública, por el imparable consumo de drogas y que, quizás, podría despertar el espíritu reivindicativo de un pueblo por muchísimo tiempo adormecido.

Así que, siento disentir de los eufóricos, las medidas proteccionistas se están matizando (prórroga para la mayoría de los países exportadores y excepciones a los productos chinos sin los que no pueden vivir en Estados Unidos) y la caída de las bolsas y sus posteriores rebotes no son una victoria de los pobres que, por otro lado, sería pírrica y temporal, sino una corrección pasajera de los ricos para alargar su reinado en medio de la evidencia de que los recursos naturales se están agotando para unos y para otros, y el desastre final no lo puede evitar nadie.

 
 
 

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