10 marzo 2024 (1): Lo que se puede y no se puede hacer sin preguntar al pueblo
- Javier Garcia

- 10 mar 2024
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Esta semana ha sonado alto el aviso del presidente francés de que los países europeos occidentales deben asumir como inevitable un estado de guerra y algo más bajo el cuchicheo de unos militares alemanes de alto rango confirmando que hay miembros de las fuerzas armadas británicas destacados en Ucrania, con el propósito de manejar misiles de alcance medio que se están empleando contra Rusia. Al tiempo, los mismos oficiales germanos comentaban la necesidad de que su gobierno dé el visto bueno al envío al escenario de esta guerra de otros cohetes con mayor capacidad destructiva que los ingleses, y que podrían emplearse en la demolición del puente que conecta la Rusia continental con la península de Crimea.
Estas voces prueban algo verdaderamente inquietante para nuestras democracias, y es que la decisión más grave que puede adoptar un país, que no es otra que la de entrar en guerra, pretenden adoptarla y materializarla quienes no están investidos del poder para hacerlo. La declaración de guerra es algo que la práctica totalidad de legislaciones reserva a una mayoría suficiente de la cámara o cámaras del poder legislativo. Ni el presidente francés, ni el gobierno británico ni, mucho menos, los militares alemanes tienen entre sus competencias esa de iniciar un enfrentamiento militar con un tercer país involucrando, además, a los otros miembros de la alianza militar del Tratado del Atlántico Norte.
Está claro que hay un interés del poder económico mundial por elevar la tensión y el conflicto del este de Europa a la categoría de guerra global con no se sabe qué terrible propósito. Porque es igualmente diáfano que tal posibilidad no entusiasma a ninguno de los pueblos involucrados, me atrevería a decir que ni siquiera al ucraniano, porque en principio sería su suelo el escenario donde el enfrentamiento alcanzaría su máximo enconamiento, con resultados catastróficos para su ciudadanía y sus bienes y propiedades.
Espero que ninguna de estas provocaciones escale a cotas más altas de irresponsabilidad, que la contraparte se atenga a la proporcionalidad de su respuesta y que, de una vez, los ciudadanos de este lado del frente hagamos escuchar nuestra voz y mostremos, con la contundencia que la gravedad de las circunstancias impone, nuestra oposición a vernos inmersos en una guerra que, con independencia de quien haya sido su desencadenante, nos concierne muy poquito.
Es el tiempo de que se exija, con la fuerza de la mayoría social pacífica, que las partes enfrentadas se sienten a negociar una salida pactada al conflicto que respete sus respectivos derechos; mientras que la comunidad internacional se limite a facilitar el arreglo al que eventualmente se llegue.

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